Música

martes, 11 de diciembre de 2012

GÉNEROS LITERARIOS


Seguramente alguien calificará este ensayo como proteico debido a que no se puede interpretar fácilmente, pero poco importa. Lo importante es lo siguiente: reflexionar sobre el papel que juega el Papa en la religión cristiano-católica.
        Además del Papa, en la historia de la Iglesia cristiana existen otras figuras que de una u otra manera lograron acendrar las ideas religiosas para que éstas perdurasen a través de los siglos. Una de las figuras importantes es la del profeta, quien desde tiempos remotos se encarga de presagiar el devenir de un pueblo, por ejemplo, de una raza, del universo.
        (La verdad es que no sé de dónde viene la idea de que la poesía es el género profético, pero estoy de acuerdo con ello, pues la visión de poeta debe ser la de un profeta, al menos hasta el siglo XX.)
        Durante la Edad Media, la religión cristiana apenas comienza a formalizarse, por lo que es un periodo incipiente donde se trata de interpretar las Sagradas Escrituras; esto da pie a que se tengan opiniones diferentes sobre un mismo tema. Así surgen las herejías y la figura del hereje.
        (Hoy en día, el sentido de heterodoxia –herejía– se entiende más como mentira, y la mentira es una patraña, pues así se les llamaba también a los primeros cuentos.)
        De la misma manera aparecen en esta época las famosas órdenes mendicantes que tratan de reivindicar la religión; con este fin, combaten herejes y difunden los dogmas religiosos –que es la labor por la que son más reconocidos.
        (La Literatura empieza a crecer en el momento en el que la novela se vuelve vehículo de ideas que pueden ser digeridas por la mayoría de la población; estas ideas se difunden y son más accesibles pues ya se escriben en lenguas vulgares.)
        Y, finalmente, llegamos a la figura que tomamos como punto de partida: el Papa. Los padres de la Iglesia han sido figuras que siempre están en el ojo del huracán  porque precisamente en ellos recae la responsabilidad de mediar entre Dios y el hombre. El Pontífice, como su raíz etimológica lo indica, es el puente entre el plano divino y el humano; el pontífice es quien trata de interpretar las Sagradas Escrituras de tal manera que todos los creyentes puedan acercarse a los misterios de la fe.
        (Y aquí es donde dejo a un lado las analogías y comienzo a precisar. Confirmo las correspondencias que traté de utilizar para llegar hasta aquí: la poesía-profecía; el cuento-hereje –en cuanto a patraña se refiere–; la novela-orden mendicante –en términos de difusión de ideas a través de historias ficticias–; y la de Literatura como religión. Coloco de esta manera la correspondencia del ensayo con el pontífice pues creo que ambos deben, de una manera prometeica, acercar el conocimiento “elitista” en las mentes de los demás que de otra manera no pudieran acceder a ello; se trata de una reflexión sobre el papel del ensayo como mediador entre la Literatura y los lectores, como la Iglesia católica y sus seguidores: ¿realmente el Papa es el nexo entre lo literario y lo terrenal, o es que el lector ha tenido que aproximarse a la Literatura de otra forma?)

SONETO 481


El lenguaje es sólo una selva gramatical
donde el triste poeta, por mandato divino,
suele perderse: intenta buscar el camino
de regreso a su silencioso y querido erial.

El poeta no sabe qué camino tomar,
por lo que decide emplear sus artes de creador;
y comienza, por su ingenio, a perder el temor
de tener que hablar cuando él quiere callar.

Así, falsos poetas desgastan el lenguaje
y, de lo sublime y puro, hacen algo absurdo,
y que más que embellecerlo, lo vuelven lurdo[1].

Ésta es mi crítica del arte y su lenguaje,
que, para que en las cárceles rimadas encaje,
todo lo salvaje y natural deviene absurdo.


[1] Del francés lourd, pesado. 

CASCOS AZULES




Desperté por los alardes que hacía mamá en la casa; se esfumó aquella pesadumbre sobre mis párpados. Pude observar la exaltación de mamá porque gritaba al unísono de la gente en la calle y que, al mismo tiempo, quedaba opacada por el estrepitoso sonido de las explosiones. 

— ¡Rápido! ¡Levántate! ¡Están muy cerca! 

En ese instante escuchamos el azote de la puerta y alguien corrió hacia nosotras. 

—Budur, toma a tu hija, nos vamos de aquí. 

Era Assef, mi tío, siempre se mostraba inmutable y seguro. Era fuerte y podía tirar a un soldado con una mano, ¿qué era una puerta para él? 



II 

El reloj marca las 7 a.m., las noticias de la televisión muestran imágenes de guerras que Ms. Bradley no reconoce; el volumen del televisor es bajo y no es posible escuchar a los presentadores. 

El olor del café recién hecho se eleva hasta su delgada nariz; como cada mañana, esto le recuerda lo rutinaria que es su vida: tráfico, comidas frías, cajetillas de cigarros, madres desoladas en busca de consuelo, niños que quieren ser felices; pero es esa tranquilidad la que le ha traído hasta allí, hasta su departamento en Santa Barbara, California, pues a fin de cuentas todos buscan un poco de paz en un mundo gobernado por la guerra. 

Ms. Bradley llega al albergue y, antes de entrar, observa el edificio que puede confundirse con cualquier otro, menos con un albergue infantil. Apenas cruza las puertas de cristal templado y observa algunas enfermeras fumando (no siempre tabaco) enfrente de los niños huérfanos que esperan a sus tutores para realizar las actividades del día: rehabilitación física (si es necesaria), estimulación de los sentidos y de la creatividad a través de juegos y dibujos, terapia psicológica, las comidas del día, la siesta (si se trata todavía de pacientes en etapa maternal), el aseo personal, la hora de la recreación libre y, al final del día, la despedida. Allí, sin embargo, los hedores del tabaco, de las heces en los baños que no se limpian cuando es preciso —porque el presupuesto del hospital no alcanza para contratar personal de limpieza—, y de la soledad se mezclan, parece una ofensa a los sentidos, eso explica por qué los niños no paran de llorar y abrazan con fuerza tristes pedazos de plástico (o cualquier objeto que se pueda abrazar) cuando acaba el día y los tutores se retiran del lugar; esos niños buscan un consuelo. Para Ms. Bradley, es algo realmente desagradable, doloroso, y familiar. 



III 

Sentía la tierra bajo mis pies. Veía a lo lejos una construcción de lámina: era la casa que desalojamos cuando ocurrió el primer ataque; me apresuré para alcanzar la entrada y busqué mi muñeca de plástico, pues ella me daba la seguridad necesaria para volver a salir y jugar con los demás niños, también para enfrentar la realidad. 

En el momento que salía de mi antigua casa, escuché de nuevo aquellos ruidos terribles que marcaron toda mi infancia. El sonido de la muerte inmediata y fría. Desde el refugio, al otro lado de la colina, nos llamaron: debíamos regresar. Cuando entramos, nos pusieron debajo de las camas que habían improvisado los adultos. Madres con manos temblorosas cortaban los cabellos de niños y niñas por igual, mientras, entre lágrimas y suspiros, decían sus oraciones y nos obligaban a repetirlas. 

Nunca entendí por qué nos cortaron el cabello, hasta años después. Lo único que me importaba era regresar por mi muñeca que se me había caído de las manos cuando corríamos hacia la guarida. Era una muestra de egoísmo, claro que yo no lo veía así, sólo quería salir por mi muñeca para continuar jugando dentro del refugio. Era solo una niña. 



IV 

En la tarde Ms. Bradley se ocupa en arreglar los papeles de Yalil, el niño huérfano del que se ha encargado por dos años en el albergue infantil. Finalmente una familia norteamericana ha decidido adoptarlo. Ms. Bradley le guarda mucho cariño y le duele que se vaya, pero sabe que es lo mejor para él porque así ya no sufrirá allí, con los demás niños y con ella; porque, después de todo, comparten el mismo dolor. 




(Cuando me separaron de mi madre supe lo que quería hacer el resto de mi vida.) 

Entraron violentamente los soldados al refugio, la puerta no resistió. Nosotros, los niños, estábamos escondidos debajo de las camas; algunos empezaron a llorar cuando vieron cómo aquellos hombres malos, después de asesinar a los pocos varones que resguardaban el lugar, abusaban de las mujeres que, débilmente, se defendían. Nos descubrieron y nos gritaron para que saliéramos del escondite. Estábamos asustados, no sabíamos lo que iba a pasar. 

Se llevaron a todas las mujeres, incluso a mamá que se resistía, pero todo su esfuerzo fue inútil. Entre los niños, todos con el mismo corte de cabello al ras, estábamos además dos niñas, Ziba y yo, pero sus pechitos (que ya se notaban) la delataron. Se la llevaron también. 



VI 

Antes de que acabe el día, ya está listo el trámite para que Yalil deje el centro infantil, para que una nueva pareja de gringos (que no ha podido tener hijos porque su alimentación sintética ha alterado su organismo al grado que uno de ellos quedó estéril) se lo lleve y cuide de él, para que su nueva familia le dé, además de un apellido y una supuesta identidad, la esperanza de una vida mejor que la guerra ha borrado de su memoria, así como sucede con todos esos niños sobrevivientes que se quedan huérfanos debido a los estragos de la guerra. Solamente falta que se firme el oficio para la adopción. 

— Gracias por todo, Jadiyha, nosotros cuidaremos de Yalil como si fuera realmente nuestro hijo; ya tenemos la habitación en casa lista para su llegada: le va a encantar: tiene un hermoso tapiz juvenil en las paredes, el piso alfombrado, el edredón más arropador en la cama más suave, la cómoda y la mesita de noche son de la madera más fina; y lo mejor es que tiene un televisor de cuarenta pulgadas con acceso a la programación infantil y juvenil más variada porque hemos decidido contratar la televisión de paga... –dice Mrs. Johnson mientras imprime su firma en el papel. 

— De nada —contesta lacónica Ms. Bradley. 

Termina el proceso de adopción y desde su oficina, en el segundo piso, ve a la nueva familia subir a su auto y partir hacia su hogar. Ms. Bradley está, de nuevo, sola. 







VII 

Nos encontrábamos solos. Nuestro refugio estaba destruido, por lo que decidimos tomar los víveres que quedaban y salir a buscar ayuda, acercarnos a la civilización guiados por los pocos niños que sabían (o creían saber) el camino para llegar a la ciudad. 

La manada de huérfanos estaba conformada por puros niños y yo era la única niña que los acompañaba. El niño más pequeño lloraba porque tenía hambre y porque quería a su mamá de regreso y porque el pañal de tela que llevaba puesto estaba cagado y porque estaba cansado de andar; y yo lo consolé: le di mi muñeca de plástico para que se callara y nos dejara seguir en silencio nuestro camino hacia la perdición. 



VIII 

Regresa a casa y Ms. Bradley prende el televisor. Prepara algo de cenar mientras escucha el noticiero de la noche. La guerra continúa en Medio Oriente, pero esa ya no es su guerra, por eso no reconoció las imágenes de la mañana. Los bombardeos siguen a la orden del día. Seguramente cientos de niños quedarán huérfanos y llegará a ella otro Yalil enviado por la UNICEF a este lado del mundo. Ms. Bradley lo esperará desde mañana. 



IX 

Llevábamos un buen tramo recorrido cuando nuevamente se escucharon disparos muy cerca de donde andábamos. De pronto empezamos a ver gente aglomerándose y que corría hacia nosotros tratando de salvarse de los disparos y de las granadas. 

Yo estaba muy cansada y no había probado alimento ya que se lo había dado al niño pequeño que lloraba porque tenía hambre y con su ración no se había saciado. Estaba pálida y languidecía, estaba a punto de desmayarme cuando el ruido de la explosión se hizo tan fuerte que devoró los sollozos de la gente y el llanto del niño llorón que caía a mi lado. Cuerpos (no precisamente celestes) cubrían el cielo y gotas de silencio carmesí mojaban mi rostro. 

Algo trataba de desprenderse de mi cuerpo, lo sentía despegarse poco a poco. Llegó un punto en el que la esperanza que habitaba en mi alma logró desprenderse de mí y salir dolorosamente a través de mis ojos. El dolor líquido corrió por mi cuerpo y se escapó de mis manos; no pude retenerlo, me oprimía el corazón. El olor también se expandió, se llevó al aire todos mis recuerdos hasta convertirlos en una nube de polvo, polvo capaz de hacer renacer la esperanza. 

Se fue. No vi cuando se fue. Sólo empecé a sentir su ausencia cuando me desvanecía, y ese nuevo vacío me hizo despertar y gritar de dolor. 

Entonces vi cascos azules.

17 julio 2012

DIGRESIÓN A PARTIR DE UN VERSÍCULO



“Y el miedo no es otra cosa

que el abandono de los recursos de la razón:

[cuanto menor es la propia confianza,

mayor parece la causa desconocida del tormento].”

(Sb 17,12)



El miedo ha acompañado al hombre toda su historia: es intrínseco a éste de la misma manera que lo es la razón: desde el miedo a la naturaleza y los fenómenos meteorológicos, hasta el miedo por las armas nucleares. En el ámbito literario, el miedo ha sido el motivo –el motor– por excelencia: mitos cruentos sobre dioses y titanes, leyendas fatídicas, tragedias destinadas a lo irrefrenable (sic); todo esto a falta de razón para explicar la realidad. Es así como surge la ficción: como un remedio al temor de lo incomprensible. Lo anterior no se limita únicamente al terreno ontológico, igualmente existe el miedo y la ausencia de respuestas en otro campo quizás menos denso que el filosófico –y que la literatura aborda de singular manera: el amor. Las historias de amor más famosas no tratan precisamente del triunfo del amor, sino de la pérdida del mismo, o del miedo a perderlo (v. gr., Orfeo, Romeo y Julieta, Cumbres Borrascosas). Y habrá que caer en cuenta que esto no sólo es vigente en la literatura amatoria, ya que también existe el miedo a la vida, a la muerte, a la injusticia, a la usurpación del poder, etcétera; lo que ha arrojado innumerables opúsculos referentes al temor y a la falta de respuestas, de razón para explicar todo lo que sucede afuera y adentro de los párpados.




Febrero de 2012

...Y ME PREGUNTAS QUE SI ES AMOR


Y pasa el tiempo, y pasa la existencia pensando en este inhumano sentimiento llamado amor, aquel que todos profesan algún día, al que imploran que llegue a su vida para que después se vaya sin decir palabra (sabiendo que los sentimientos no hablan); entonces: ¿nos equivocamos al sentir?. Pero no quiero recordar, así que vamos a continuar.
            En estos momentos las circunstancias han cambiado, el sentimiento casi está erradicado, pero entonces lo que hizo Manuel Venegas con Soledad fue eliminar el amor, ¿cambiar la forma de adoración? Primero tendríamos que definir lo que es amor, y cómo saberlo sin conocerlo, he aquí un pequeño gran dilema. Definamos al amor como algo sublime, perfecto, difícil de alcanzar en la Tierra, pero que su máxima representación humana fue hecha por aquellos jóvenes amantes, que al ser humanos tendieron a cometer errores (como lo fue el de Soledad al casarse con Antonio Arregui) y  a partir de entonces surgieron más errores (la muerte de Soledad llevada a cabo por Manuel Venegas), que al fin de cuentas son propios del ser humano.
            El Niño de la Bola nos plantea una historia propia de nuestros días (claro, con sus adaptaciones a la sociedad en la que vivimos). Pero la esencia de la novela en estos días ya no se ve, ya no hay nadie que ame hasta la muerte (al menos no a esta edad) y, bueno, cómo decirte que lo hecho por Manuel Venegas para tener el amor de Soledad fue lo mejor que un hombre en esa situación pudo haber hecho en ese entonces, ahora nadie se aleja de la persona que más ama porque (según) la ama tanto que no puede dejarla ir, y entonces en lugar de amor tenemos dependencia física y sobre todo emocional de la otra persona, algo que el amor no puede entender, entonces se va… sin decir adiós.

            Después tenemos lo hecho por Soledad: arrepentirse de la situación en la que estaba y declararle su inevitable amor a Manuel por medio de una carta, que tardíamente llego a manos del hijo de don Rodrigo, pero que hizo cambiar la suerte de todo aquel que presenció lo sucedido aquel día de la “rifa”, y plasmado en el libro que leí con gran ilusión, pero que al paso de los días se le fueron juntando motivos para odiar al amor, terminando en éste insípido ensayo con sabor amargo, y con el pensamiento venciendo al sentimiento, dejándome sin fundamentos para decir que es un verdadero amor el de Manuel y Soledad.
            “¿Pero cómo pudieron ser amantes cuando nunca se conocieron?” pregunta el proletariado escolar, contestándole – de eso trata el amor -  dije airoso y dejando a la multitud (que no era más que poca) con una sensación que sólo ellos saben, yo no. Y el amor no entiende de razones lógicas para explicar por qué el amor es amor: no se crea ni se destruye, sólo se transforma; siendo esto lo que pasó con Manuel y Soledad, no inventaron su amor, no lo mataron, siempre estuvo ahí, de varias formas y diversos sentidos, transformándose si fuere menester del destino (como efectivamente lo fue) llegando hasta la muerte de ambos.
            Después, otra pregunta que surgió de la masa me hizo sentir (no pensar) lo que debía contestar. La pregunta fue: “¿por qué Manuel mató a Soledad, si es que la amaba?”; escuchando en mi cabeza el eco del palpitar de mi corazón dije: “la mató, pero no porque la odiara, sino porque la amaba tanto que si no iba a estar con él el resto de la vida, no iba a estar con nadie más, así que decidió que compartieran la eternidad… para siempre”. Eso es la representación del amor humano, rebasando los límites de la vida y tocando los linderos de la expiración.
            Pues, vaya desenlace, pero no podíamos esperar algo más debido a las condiciones que ya he mencionando anteriormente. Entonces hubo un error de alguien al no saber amar al otro, por ejemplo, Soledad no pudo esperar o Manuel no supo perder, pero qué importa si ya están muertos, si ya sabemos el final de esa historia, ¿Por qué seguir hablando de ella?, sencillamente porque ahora eso sucede a pequeña escala.
            Ya entrados en el terreno del amor y sus errores humanos, hablemos un poco más profundo acerca de ellos. Empezando por esos detalles que si no fueran especiales no tendría caso mencionarlos; así que hablaré primero de las mujeres, sí, aquéllas que nos dan la vida y después nos la quitan, siendo diferentes mujeres en cada caso, pero al fin y al cabo mujeres, ¿nacimos del amor y morimos de amor?, te lo dejo de tarea estimado lector.
            Otro problema, es la forma de sentir de las personas involucradas en el amplio pero estrecho mundo del amor verdadero, donde sólo están aquellos amores que dan la vida, la muerte, la tristeza, la felicidad, la eternidad por tener más que la amistad, hasta llegar al punto de perderlo todo y no, y así seguiremos hasta llegar a la raíz del problema: el corazón.
“-Creo que confunde usted las especies… -respondió don Trajano-. Lo   que no tiene Soledad es un corazón de heroína de novela, y mucho menos un corazón de hombre. Su corazón es pura y simplemente de mujer…
-¡Está destornillado! –dijo doña Tecla, sonriendo en cierto modo a sus tertulios, como pidiéndoles que perdonasen a su marido.
-Pues entonces digamos que tiene un corazón de mujer que no sabe amar… -añadía entre tanto la madrileña.” (De Alarcón, 99)
            Allí tenemos la causa de todas las venturas y desventuras de esta (hasta ahora) paradójica existencia que mantiene en el borde a la razón. Entonces, si hay amor se va a aceptar a la persona como sea, como tenga el corazón, como es el caso de Manuel Venegas que aceptó a Soledad fuera como fuera pero era como él quería que fuera ella. Y si no es así, no es amor verdadero y ya. Todo esto implica amor, todas estas acciones son de un amor que ya no hay, que ya nadie valora; ahora todo gira en torno a la moda y al dinero, ¡añoro aquellos tiempos!
            En breve terminaré el ensayo sin importarme lo que se piense, lo que se diga, las faltas de ortografía ni todas aquellas fruslerías que hagan que me cohíba.
            Y ahora ya no hay amor, sólo quedan las huellas sobre la arena que me causó esta verbena, que aunque su duración no fue prolongada me sirvió de enseñanza para futuros acontecimientos que seguirán cambiando el rumbo y el destino de mi vida, después de todo lo hecho y deshecho por ganarme tu desprecio y todo lo que conllevan tus acciones jamás realizadas, y dime entonces dónde estaré cuando el pánico invada mi realidad, cuando alguna vez me sentí fuerte y después no, me mataste otra vez y no dudo que lo vuelvas a hacer, por eso, amor, te dejo aquí, no espero tu reacción, no creo que tengas el valor para decir algo a tu favor; me fallaste, te fallé, no te puedo llamar amor, te llamaré “desilusión que nunca llegó”, “ayer que nunca pasó”. Porque ¿cómo sabes que estás enamorada si no sientes el humor de las flores en una tarde de otoño?, ¿cómo pude  enamorarme de ti si tú ni siquiera existes? , ¿Cuándo me contestarás todas las dudas de amor que tengo? Porque aquí en un lugar llamado realidad en un tiempo llamado vida y en una acción llamada amor me piden que te diga si eres bueno o malo, si eres grande o chico, hobby o vicio, pasión o dolor, todos preguntan por ti, y no sé dónde decirles que estás y que no estás, que vives y no mueres como los hombres. Y después de todo, algún día se acabará el otoño y con éste la melancolía del día a día, y me pongo a pensar en el invierno y sus días yertos, ahora la nostalgia de la magia de la mística fe del advenimiento del Redentor que acabará con este fulgor de tu amor y el mío. Juro que ya no te buscaré, que nunca te encontraré, que jamás te pensaré y mucho menos te sentiré, pero quiero que me acerques a la primavera donde ya no hay mas guerra, donde ya no hay miseria, ya no hay penas, penas que me trajo el anhelo de tenerte a mi lado, pero si lo pienso escrupulosamente, si la primavera viene, vendrá el verano “donde nada es claro”, y de nuevo otoño y el invierno ¡qué triste destino tener que vivir lo mismo durante toda mi eternidad, qué crueldad! ¡Tener que vivir un día para vivir otro, tener que haber un lunes para poseer un martes, y un martes para un miércoles, y un miércoles para un jueves, y un jueves para un viernes, y un viernes para un sábado, y un sábado para un domingo y de vuelta al principio! ¿Y sabes a qué se debe todo esto? ¡A que existes, amor!, si no existieres no tendría motivo para vivir, para morir; para gozar, para agonizar; para reír, para llorar; para todo esto y más. Mejor no existas.

            Y si no existieras no tendría por qué hacer este ensayo, que triste y vasto lo hallo, todo para decir que Manuel amaba a Soledad, pero amor que nunca se pudo consumar, al menos aquí en el paraíso terrenal, tal vez en la eternidad sí, cuando llegue ahí te podré decir, mientras no. A eso le llamo amor, a todo lo que realizó Manuel con vehemencia y paciencia, con amor y dolor, con sudor y fervor, con valor y temor. Sin tener explicaciones matemáticas ni científicas se puede corroborar el amor verdadero, tendré que ser sincero y quitarme el sombrero que no poseo en este momento, y decir y hacer todo lo que hizo Manuel puedo, pero sólo dime cómo, cuándo, dónde, por qué y para quién, podría terminar ahora el martirio sin que sepas que te deliro y miro, y te admiro ciegamente hasta que me abres los ojos y recuerdo la realidad donde tú no estás. Y podría en sueños decir que te quiero sin tener que andar con rodeos y me desespero porque no te tengo ni siquiera en ellos. Y podría en sueños escribir mil versos y volverlos sonetos al compás de tu mirar y nunca los descubrirás. Y podría en sueños llevarte a ver el firmamento y dibujarte miles de estrellas bonitas y bellas, y todo el mundo sabría que para mí eres una de ellas, la mejor. Pero son sólo sueños, despierto en la realidad y lo único que te puedo ofrecer es un poco de tiempo, un poco de dinero, de locura, de amargura, pero lo que te puedo ofrecer plenamente es mi amor, maltrecho y herido corazón, donde la razón no tiene lugar y lo único que escucharás será el silencio de mis gritos y verás la incolora tinta de mis palabras, y tocarás mi intangible pensamiento, probarás el insípido júbilo de mis días y olerás el aroma de la utopía…y me preguntas que si es amor.

07 noviembre 2008




De Alarcón, Pedro. El Niño de la Bola. Porrúa, en la Colección “Sepan cuantos...”, 2003

LA DANSE

Tu danses la nuit
Sous un toit de bruit
Où la cadence n'est plus

Tu danses la nuit
Parmi les rosiers
Qui n'ont guère d'épines
Et non plus de fleurs

Tu danses la nuit
Selon les modèles
Que la société a implanté
Dans tes yeux

Tu danses la nuit
Et je ne te suis
Et la cadence n'est plus

Tu danses la nuit
immerse sur ta robe.

EL EROTISMO



Todo comienza con la vida. Y qué es la vida sino una peregrinación hasta la muerte. Sin embargo, este largo peregrinaje en ocasiones puede convertirse en fiesta: un carnaval de la angustia a la usanza barroca. Así, la celebración de la vida es también la de la muerte: el deseo de vivir es semejante al de morir. 

El hombre a través de los siglos ha explorado diversos caminos para llegar a su último destino: la muerte. Entre esos caminos ha encontrado, por ejemplo, el camino más anodino, el de la beatitud, el del libertinaje. Y cada uno de estos trayectos necesita un motivo diferente para caminarlo. 

En esta ocasión abordaré uno de los caminos más arriesgados: el del erotismo, cuyo motivo principal es el impulso sexual. Cabe aclarar que este impulso sexual no es un motivo exclusivo del erotismo, ya que pueden identificarse al menos otros dos estadios donde este impulso es la piedra angular de aquellos. 

El primer estadio del impulso sexual es el fin reproductivo de las especies animales. Este tipo de reproducción atañe a todas las especies sexuadas; se trata de una primera estancia en donde la preservación de la especie, la continuidad del hombre es el objetivo primordial. Este principio biológico con fines reproductivos es el más obvio y por ende el más despreciado entre los estadios del impulso sexual humano, ya que únicamente otorga un sentido lineal a la sexualidad humana. 

El segundo estadio del impulso sexual es el erotismo y sólo es vigente para la especie humana. El erotismo es una desviación del impulso sexual debido a la intromisión de un proceso mental intrínseco al hombre: la imaginación. Ésta es capaz de llevar el impulso sexual hasta el paroxismo, olvidándose de su primer objetivo, concediendo una multiplicidad de sentidos que logra saciar la imaginación de los más desenfrenados. 

Si bien en el primer estadio la pareja sexual es elegida instintivamente debido a que se busca en ella las características fisiológicas propicias para la preservación de la especie, en el segundo estadio la elección de la pareja es semiconsciente y va de acuerdo con la necesidad imaginativa que requiere ser completada. Este proceso de elección se considera semiconsciente ya que la personalidad de la otra persona puede resultar repulsiva para uno, pero el cuerpo, el objeto es íntimamente deseado. 

Así pues, el erotismo está acompañado por el antojo ferviente de las formas, de las carnes, de los placeres siempre en plural; es la proyección de la imaginación en el objeto deseado. Incluso para algunos, el objeto de deseo puede perder su pasividad para convertirse en sujeto que también desea ser partícipe activo del placer, es decir, sentir y hacerse sentir. Ésta es otra de las características del erotismo; el impulso sexual puede ser saciado a través del objeto deseado que puede estar presente o ausente (en este último caso, la ausencia del objeto físico tiene poca importancia; pues con la sola imagen, representación mental de dicho objeto, es posible conocer el placer mediante la masturbación) y aun más todavía a través del sujeto que está en busca del deseo, de la vida y de la muerte, de una manera más que religiosa la mayoría de las veces. 

En el erotismo, el encuentro sexual adquiere las características de una ceremonia religiosa porque se reconoce, mediante el rito, la comunión del hombre con ese algo más puro y elevado, ya sea un dios o un orgasmo. De esta manera el erotismo se adivina como un modo de vida estético, donde la misma esteticidad es la encargada de dotar de belleza al camino, al caminero y a sus acompañantes –objetos y sujetos–, hasta la muerte. 

Asimismo el amor puede considerarse como un modo de vida ético y estético: es el tercer estadio del impulso sexual. En el amor, el impulso sexual deviene en una visión moralista de la realidad de la especie y que el erotismo adorna con sus formas. A diferencia del erotismo, la característica principal del amor es la exclusividad concedida a un solo cuerpo. Mientras el erotismo encumbra los placeres provenientes de la mayoría de cuerpos posibles, el amor procura el placer que puede proporcionar un único sujeto (ya no más objeto, porque para que exista el amor es necesaria la correspondencia del amado con el amante, de dos seres sensibles), lo busca con la misma vehemencia que el religioso busca la Iluminación divina. 

Acceder a este último estadio del impulso sexual es difícil, pues se trata de un nivel más elevado y, por ende, clasicista adonde pocos tienen capacidad de entrar. A partir del siglo XII en Occidente comenzó a concebirse el ideal amoroso donde la relación servicial entre el señor y su vasallo se transporta a la esfera amorosa que da a la mujer el papel de señora y al amante de su vasallo; solamente los amantes de una nobleza inferior con respecto a la dama, siempre casada, pueden conocer este tipo de sentimiento apasionado hasta la sumisión: el amor cortés. Pero con el tiempo, este amor cortés perdió precisamente su carácter noble y se vulgarizó esa idea hasta, llegar prostituida infinitamente, a empatar con la idea de amor concebida por el pueblo. 

Anteriormente ya he mencionado el proceso de elección del impulso sexual (la reproducción instintiva) y del erotismo (desviación del impulso para satisfacer la imaginación); ahora es el turno de develar el proceso de elección en el amor. La elección de la pareja amorosa o sentimental no implica solamente una decisión consciente de la persona que se quiere amar, sino que esta deliberación acepta la creencia en la predestinación con el fin de conferir un toque místico e inexplicable en la relación. Dicho de otra manera, es el destino quien se ha encargado de poner ante nosotros a la persona con las cualidades que nos satisfacen para ser amada y, sin embargo, radica en nosotros, seres pensantes, la deliberación de someternos finalmente a esa atracción pasional irracional para convertirla en una atracción racional. Y subrayo: este proceso es privativo, particular; en el caso del impulso sexual y del erotismo puede entenderse el deseo de la otredad como un deseo habitual e impersonal. Además, en el amor no sólo está el deseo de preservar la especie, ni el deseo de apropiación del cuerpo ajeno, de las formas; sino también se encuentra un afecto por el fondo, las reminiscencias platónicas de las ideas que están en la esfera más elevada del conocimiento. 

Finalmente haré una reflexión de la analogía entre el lenguaje y el impulso sexual. En una primera instancia, el lenguaje cumple una función comunicativa; existe concordancia entre el significante y el significado. De aquí que el fin reproductivo del impulso sexual sea equiparable, en este nivel, al lenguaje –cuya función primigenia es la de comunicar. Asimismo el lenguaje puede ser llevado a una segunda instancia que permite la multiplicidad de significantes para un solo significado; esto es lo que se denomina erotización del lenguaje, puesto que éste ya no cumple solamente con su función original, sino que permite que la imaginación dote de distintos significantes para un mismo significado, desviando o fracturando la primera función del lenguaje. 

Esta multiplicidad de sentidos (erotización) es la que asemeja al impulso sexual con el lenguaje en una instancia diferente a la inicial; y sobre lo cual ya se ha escrito bastante para concluir que, efectivamente, la desviación del impulso sexual deviene en erotismo, mientras que la desviación lingüística está mejor expresada a través de la poesía.

BIBLIOGRAFÍA 

BATAILLE, Georges. (1957) L’érotisme. France : Gallimard.
PAZ, Octavio. (1993) La llama doble. Amor y erotismo. México : Seix Barral.
ROUGEMONT, Denis de. (1979) El amor y Occidente. Barcelona : Kairós.  

domingo, 25 de noviembre de 2012

A CARLITOS LE ESTÁ SALIENDO UN DIENTE



A Carlitos le está saliendo un diente, el primero. Esta mañana mordió el pecho de su madre y ambos lloraron: él de dolor, ella de hambre. Sin embargo, ella se saciará cuando de noche su marido mordisquee sus pezones rosados y proceda a todo lo demás antes de que su pecho vuelva a su tamaño normal y ella se frustre por ello. Aunque él, Carlos, tal vez no piense lamerla esta noche porque está demasiado preocupado en resolver la deuda que contrajo al comprar la cuna para Carlitos, pues la crisis de este sexenio decuplicó el precio de los objetos; además, deberá de prepararse económicamente para comprar suficientes botes de leche en polvo y papillas de sobra para que su hijo no sufra de desnutrición, también para comprar los pañales de la nueva etapa y quizá, a reserva de lo que indique el médico, un chupón para que Carlitos se quite la comezón de las encías provocada por la erupción del calcio. Pero Carlitos seguirá llorando de dolor por culpa del pionero en la empresa de sonreír. Es cierto: la sonrisa duele. A Carlitos le dolerá dejar la teta que por meses lo alimentó para entonces dar paso a esa fotografía estéril que está al inicio en los álbumes familiares: la de la primera sonrisa, la sonrisa inmortal que pondrá como foto de perfil en las redes sociales cuando tenga edad suficiente para acceder a ellas. A Carlitos le dolerá morder su encía con su único diente cuando aprenda a abrir y cerrar su mandíbula sin chocar su diente de leche con el de carne para que su madre le dé de comer mientras los dos ven en la televisión que el número de muertos por la guerra contra el narco está a punto de llegar a cien mil: ella se preocupa por su hijo, él sonríe para su madre. A Carlitos también le dolerá saber que a los tres años tendrá veinte dientes para sonreír y toda una vida para llorar. 




25 noviembre 2012

HASTÍO

Estoy harto de la vida
y de la muerte,
aunque ninguna de las dos me haya tocado.
Estoy harto del eco
y de la sombra, 
aunque de mi voz no existan ruinas,
ni testimonio de mi cuerpo.
Estoy harto de palabras
y silencio,
que sin distinción vomito
sobre hojas y horas blancas;
que después de ensuciarlas
repito y rimo torpemente,
pues las creo bien pulidas y trufadas.
Estoy harto de no amar
ni ser amado
y querer gritar que ya no puedo
y solamente escupir tibios silencios
que se entienden como risas sin misterio.
Estoy harto. 

18 octubre 2012

sábado, 6 de octubre de 2012

LA SOLEDAD


En el valle solitario y sombrío

con líquido sonido el ciervo asombra;
mientras posa su mirada en el río,
se divierte contemplando su sombra.

La ninfa Náyade abre el portal
de la fuente con brazos de plata;
proveniente de su casa de metal,
de noche se escucha una serenata. 

Tristes ninfas que escapar desean
lejos del sátiro y sus muchas trampas
ya buscan, por más arcanos que sean,
bosque y sombra para eludir las trampas. 

Antaño, al pie del inmenso roble
–anciano como el astro colorado–,
Baco, el Amor y Orfeo noble
quisieron ver a Sileno enterrado. 

A la sombra de los olmos düerme 
la quietud fría y tenebrosa;
entonces las ramas el viento inerme
ya golpea con violencia amorosa. 

Discreto espíritu se entregaría
al deleite de la dulce jornada
do renueva Filomena, de día
y de noche, piadosa lengua hablada. 

Allá, el águila y el búho descansan;
allí, los trasgos y los duendes viven;
jamás la iracunda justicia alcanza
criminales que aquí sobreviven. 

Aquí hace Amor sus alquimias,
y Venus vestida de altares tales
no inquieta más soledades nimias,
ni aun las visitas de los mortales. 

En aqueste bosque, el más sagrado,
ocurrió, no sin cólera liviana,
que Amor volvió adonde había ocultado
el mayoral que aleccionaba Diana. 

Amor podía por inocencïa,
como un bisoño, sus trampas tender;
Diana, como reina de la aquiescencia,
tenía permiso de enfurecer. 

Despejando de este valle la noche,
Cupido, con una dulzura ardiente,
colocó ante Apolo sin reproche
el garzón que siempre tenía presente. 

Parece que Jacinto se retiró
a la sombra de este bosque sombrío;
y desde ese mismo instante el Sol juró
que él sería el enemigo del frío. 

Y, presa de un amoroso tormento,
el celoso Bóreas, con suma presteza,
dio al joven amante muerte aviesa
–caro a él hasta el último momento. 

Santísima arboleda, confidente, 
yo prometo por el Dios sempiterno
que no tendré amor tan evidente
porque tu amor jamás me será eterno. 

Se irá mi Ángel en sombras y de hinojos;
el Sol, observándolo ya venir,
el sentimiento volverá a sufrir
del recuerdo primero del enojo. 

Corina, acércate, te lo pido;
reposemos sobre este tapiz verde;
y para mejor estar guarecidos,
entremos donde el sonido se pierde. 

Que abras tus ojos mi alma suplica;
mil anhelos habitan tu mirada,
y con lascivo aspecto radica
tu pupila que está de ellos colmada. 

Amor por tu mirada ya suspira,
y muy pronto tu esclavo viene a ser:
prisionero de sí mismo admira
cómo de su imperio perdió el poder. 

Oh, belleza sin duda inmortal
do los dioses encuentran la verdad;
por sus divinos ojos juro tal:
nunca haber visto similar beldad. 

Quien quisiera hacer una pintura
que logre sus rasgos representar,
tendrá mucho mejor en inventar
todo lo que jamás hará Natura. 

El destino por más de cïen años
ha trabajado imitando sus ojos;
y yo creo que, para evitar abrojos,
el tiempo prefirió borrar sus años. 

Ese bel rostro tiene la mirada
de una vanidosa fascinación
que dispara sus saetas abrasadas
que los dioses ya miran con pasión. 

¡Que tu tez contiene mucho encanto;
que es muy blanca y goza de rubor!
¡Es más inmaculada que un santo,
y mucho más sólida que el amor! 

Dios mío, sus cabellos me embelesan,
ellos se divierten sobre su frente;
y, viéndolos bellos eternamente,
me enfurezco cuando su boca besan. 

Bella boca de ámbar y de rosa,
el encuentro contigo es disgustante
si tú no me besas a cada instante
y me dices que amar es cosa hermosa. 

Observo cómo mi alma airosa sigue
con un soplo de amores inflamada;
junto con bosques y ríos persigue
a tu dulce palabra almidonada. 

Si sumerges tus dedos de marfil
en el cristal de aquesta ribera,
el Dios que habita este bosque sutil
ya beberá hasta la gota postrera. 

Muestra ante él tu rostro descubierto;
tus ojos reirán junto con el río,
y en ese espejo escribirán con brío
que Venus aquí vino y que fue cierto. 

Si bien allí Venus será detallada,
los Faunos por ella se crisparán;
y en tus ojos ellos no encontrarán 
seña de que puedas ser increpada. 

Escucha a este Dios que te reclama
para que a su lado pases a sentarte;
escucha cuán bellamente te aclama
porque su libertad quiere entregarte. 

Inquieta y perturba su fantasía, 
apártate rápido de ese espejo;
así todos mis celos andarán lejos,
y abatido perderá lo que Él ansía. 

¡Observa bien este tronco y esta piedra!
Parece que cual guardias nos vigilan,
y mi amor ya de celos se perfila,
incluso contra este mirto y esta hiedra. 

¡Yo recojo tus besos, Corina mía!
Sábelo bien, por la noche y por el día; 
mira cómo para dejarnos sentar
el mirto decidió sus hojas donar. 

Mira sobre las ramas del rosal;
óyelos bien, el pinzón y el zorzal
sus nimias gargantas hacen vibrar,
con suma belleza se oyen cantar. 

¡Acércate y escucha, mi Dríada!
Aquí murmurarán las aguas quietas 
y todas las aves de amor repletas 
cantarán una hermosa tonada. 

Préstame tu seno para beber de él
dulce perfume que asemeja a la mïel;
así, mis sentidos se ahogarán en mil
de los lagos de tus brazos de marfil. 

Yo bañaré mis juguetonas manos
en las ondas de tus rubios cabellos;
y tu belleza abogará por ellos
ante mis furtivos vistazos vanos. 

No temas nada, nos guarda Cupido.
Mi buen ángel, sé que no te he perdido;
Ah, ya veo que tú me amas demasiado
y te sonrojas si vas a mi lado. 

¡Dios, cómo adoro tanto tu timidez;
provoca en mi espíritu gran embriaguez!
Ni Rinaldo encontró mayor provecho
con Armida, como yo con tu pecho. 

¡Mi Corina, yo quiero a ti abrazarte!
Aquí nadie nos mira más que Amor;
ve que ni si quiera pueden mirarte
los ojos de los días sin rubor. 

Los vientos que no pueden callarse,
tampoco pueden oír el salterio;
y todo lo que aquí ha de consumarse
será para ellos extraño misterio. 


La Solitude, Théophile de Viau
(Traducción: David Pérez y Alfonso Domínguez)

sábado, 22 de septiembre de 2012

LA PARADOJA DE SCHRÖDINGER


En la física cuántica el observador altera el experimento porque el simple hecho de observarlo reproduce el fenómeno incorrectamente, ya que en su estado natural carece de observador. Por lo anterior, si no se quiere alterar el fenómeno, sólo podrá explicarse mediante especulaciones.
            Así pues, tenemos una caja cerrada que contiene en su interior un gato, un detonador con cincuenta por ciento de posibilidades de activarse; y, si se activa, permite que un veneno se esparza y mate al gato. Para verificar si el gato está vivo o muerto, se necesita que el observador abra la caja y confirme el estado del gato. Sin embargo, esto es imposible –como ya se dijo– en la física cuántica porque modificaría el experimento. De esta manera, sólo están permitidas las especulaciones sobre el estado del gato; entonces se dice que el gato puede estar vivo y muerto a la vez.
            Subsecuentemente, si se quisiera abrir la caja, podrían ocurrir dos cosas: encontrar al gato vivo o encontrarlo muerto. Recordando que el estado del gato –hasta antes de abrir la caja– es vivo o muerto, tenemos que si el gato está vivo al abrir la caja, antes pudo estar vivo o muerto; y si el gato está muerto al final, su estado anterior debió ser vivo o muerto.
            Si el gato está vivo al final, no resulta extraño que el gato haya estado vivo; pero lo bizarro es que pudo estar muerto y que después revivió. Y la otra posibilidad (que el gato esté muerto), también tendría los mismos estados que la posibilidad anterior. En este caso, el gato pudo estar muerto antes de abrirse la caja y siguió muerto al abrirla; pero, del mismo modo, pudo estar vivo en algún momento y morir al instante de mirar dentro de la caja.
            Con todo esto quiero decir que algunas situaciones amorosas son como la paradoja del gato de Schrödinger: si los sentimientos fueran el gato, antes de abrir la caja, éstos estarían vivos y muertos al mismo tiempo. Pero, al momento de observar estos sentimientos, pueden estar vivos o muertos. Si los sentimientos están muertos al abrir la caja y observarlos, puede argumentarse que anteriormente pudieron estar vivos y que se abrió demasiado tarde la caja; también que sólo se haya tenido la ilusión de que estuvieran vivos, pero que en realidad siempre estuvieron muertos. Y además está la otra posibilidad, que al abrir la caja los sentimientos estén vivos y que probablemente no existían sino hasta que se abrió la caja, o que siempre existieron y al abrirla se confirmó la existencia de éstos, con lo que se da pie para proseguir con la empresa amorosa. 

LA INCOMUNICACIÓN


Mucho antes de que el hombre primitivo pintara en las paredes de las cuevas; mucho antes de que el hombre nómada intentara alentar a sus compañeros para que no se dejaran vencer por las condiciones del clima en aquellos tiempos; mucho antes, por supuesto, de que las tribus se establecieran en algún lugar y comenzaran a dictar sus leyes; mucho tiempo antes de que pasara todo esto, el hombre tuvo que enfrentarse al problema de la comunicación.
Tanto las imágenes, las palabras y los textos –recordando, también, que no hay que perder de vista el lenguaje mediante señas– son herramientas de la comunicación.
Sergio Fernández, en su ensayo “La comunicación del bien”, retoma precisamente este problema, y, a través de La Celestina tomada como ejemplo, plantea la siguiente tesis:
“Creemos, no obstante, que para una historia de los sentimientos, es imprescindible declarar, al de la comunicación, como el problema fundamental del libro por ser el [problema] que marca su modernidad.”
            Sin embargo, como ya se ha enunciado al principio de este ensayo, el problema de la comunicación es un problema inherente al hombre desde sus orígenes; no sólo está presente en la obra de Fernando de Rojas, sino en innumerables obras literarias y demás.
            Se dice que los temas en la literatura no son más de diez: la vida, la muerte, el amor, la avaricia del poder, entre otros. Todos estos temas parecen ser los problemas que la humanidad no ha podido resolver y que, mediante la ficción, trata de ensayar –y por ende resolver– los temas y situaciones que le han amedrentado.
            En el caso particular de la literatura amorosa, se puede observar un mayor número de obras donde “todos vivieron felices por siempre”. Dentro de las obras de amor no consumado, existen varios motivos por los que la relación entre los personajes es imposible. Uno de estos motivos es el de la incomunicación. Desde Romeo y Julieta, tal vez antes con Píramo y Tisbea, hasta el último best-seller que hable de amor, se desarrolla la historia amorosa, mas siempre ocurre algo que, por falta de comunicación, obliga a tomar decisiones “inverosímiles” y arriesgadas que terminan afectando la relación de los amantes y ésta no se puede consumar.
            Así pues, el problema de la comunicación en la literatura amatoria siempre será vigente y es algo que se abordará en distintas épocas de diversas maneras; y hasta que se logre resolver este problema, quizás pueda prescindirse de esta literatura meliflua y azotada. Incluso resolver o explicar todas las inquietudes y angustias del hombre para que deje de hacer literatura y se aprecie el silencio que está de fondo. 

martes, 18 de septiembre de 2012

LO QUE YA NO ES


Desde que se enunció la primera palabra
de este libro
Desde que se ensució por primera vez 
el aire con sonidos
Desde que el tiempo aprendió a correr
y la esperanza a no morir
Desde entonces tengo pavor de nombrar
los momentos contigo
de decirte efímeras palabras que mañana diré
a alguien más
Desde entonces todo lo que yo
hijo de Adán
creo conocer
todo lo que comienzo a nombrar
empieza a concentrarse en letras mudas
que hacen de la palabra
una burbuja de cristal
diáfana y frágil  liviana y densa
que no deja escapar su esencia
a menos de que se rompa
y ya no sea. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

DE LOS COCHES Y LOS CAMINOS


Actualmente el viaje en coche es mucho más cómodo que en otros tiempos; se prescindió de las bestias y del cochero: ahora cualquier persona capaz de pagar un vehículo puede disfrutar de su trayecto, sin importar cuán lejos esté su destino.
            Sin embargo, si se toma la ciudad de México como ejemplo, este viaje en coche pasa a convertirse, de una agradable experiencia, en un complejo martirio por culpa del tráfico, de las inundaciones y demás consecuencias de la lluvia, entre otros.
            Pero hay que ir más lejos (en varios sentidos). Mientras en la ciudad la gente se queja del mal estado de las calles –y aquí debe añadirse el problema de los baches–, en el campo, esta misma gente reprocharía los caminos pedregosos.
            Alguien –tal vez un amigo de Montaigne– alguna vez dijo que la lectura es otro tipo de viaje. Es decir, la lectura puede transportar de un lugar a otro: la lectura es el vehículo; el autor (o alguna de sus obras), el camino.
            Para ejemplificar lo anterior, es necesario entender algunos ensayos de Montaigne como un camino pedregoso del que distintas personas se quejan porque sus vehículos –su lectura– saltan en algunas partes del trayecto, y eso hace que el volante, la dirección hidráulica y el eje de las llantas pierdan su rumbo fijo; así pues, el lector se molesta. Incluso en estos tiempos se encuentran autores cuya escritura es una vía rápida, mas otros tantos lectores despistados caen en los baches que el mismo escritor puso en ese camino. Para que quede más claro, aquí están las analogías de Volpi y Montaigne.
            Se ha dicho que la escritura de Montaigne es pedregosa porque hay saltos en la lectura; estos saltos son las referencias –en su mayoría del mundo clásico– que Montaigne emplea para conducir a algún lado o, también es posible, a ninguna parte. De la misma manera, Jorge Volpi, por ejemplo, transporta a sus lectores por medio de una autopista que no está exenta de baches e irregularidades; porque estos baches son las referencias que el autor maneja: teorías físicas, químicas; temas biológicos, históricos. El uso de estas referencias resultará incomprensible para un lector neófito, y ocurrirá lo mismo que con Montaigne: se tendrá la sensación de devaneo a través de sus páginas, lo cual resulta chocante para algunos y ameno para otros.   

viernes, 31 de agosto de 2012

¿LA LENGUA DEL IMPERIO?


Si se toma como punto de partida la tesis planteada por Antonio de Nebrija en el prólogo de la Gramática castellana, entonces puede intentarse hacer un análisis de las lenguas que hoy gobiernan el mundo. “La lengua es compañera del imperio”, dice Nebrija, y si se observa la influencia política, social, tecnológica, etcétera, de un idioma en otro o varios más, puede argumentarse que esta lengua no sólo está presente más allá de sus fronteras, sino que también toda una carga cultural llega a instalarse en otra sociedad. ¿Cuántas veces no se habla de iPod, iPhone, Walkman, mall y demás palabras provenientes del inglés? ¿Qué significado tiene que palabras extranjeras se incrusten en otra lengua? Será porque los expertos de la lengua no se han puesto a pensar sobre cómo traducir estos conceptos, o porque parecen intraducibles; lo cierto es que lo anterior pone frente a la lengua y su sociedad un espejo global donde se descubre desnuda. Y aquí debe añadirse otra tesis: los neologismos en un idioma son la muestra del progreso y avance, en distintos ámbitos, de una nación. En otras palabras, las nuevas palabras manifiestan la riqueza de una lengua y, por ende, de un país. Así que cada hispanohablante puede preguntarse ¿hace cuánto tiempo que el castellano no ofrece nuevas palabras a los suyos? Durante el siglo XX la ciencia alemana y la tecnología norteamericana, por ejemplo, parieron nuevos sustantivos y nuevas formas verbales para el mundo; y, sin embargo, el español no ha hecho más que castellanizar algunos de estos conceptos. En todo caso, tal vez la lengua española sea una madre estéril que pronto tendrá que enseñar a sus hijos a decir Querétaro o huachafo en chino o japonés.  

24 agosto 2012

jueves, 2 de agosto de 2012

BREVES LETANÍAS MARIANAS


Santa María. Ruega por nosotros.
Santa Madre del Hedonismo. Ruega por nosotros.
Santa Virgen de las sibaritas. Ruega por nosotros.
Madre de la divina delectación. Ruega por nosotros.
Madre fecunda. Ruega por nosotros.
Madre putísima. Ruega por nosotros.  
Madre meretriz. Ruega por nosotros.
Madre libidinosa. Ruega por nosotros.
Madre impía. Ruega por nosotros.
Madre Maculada. Ruega por nosotros.
Madre amable. Ruega por nosotros.
Madre ostentosa. Ruega por nosotros.
Madre del buen cortejo. Ruega por nosotros.
Virgen sicalíptica. Ruega por nosotros.
Virgen digna de penetración. Ruega por nosotros.
Virgen digna de lascivia. Ruega por nosotros.
Virgen voluptuosa. Ruega por nosotros.
Virgen inclemente. Ruega por nosotros.
Virgen infiel. Ruega por nosotros.
Espejo de lujuria. Ruega por nosotros.
Trono del arrobamiento. Ruega por nosotros.
Causa de nuestra eyaculación. Ruega por nosotros.
Copa sensual. Ruega por nosotros.
Cáliz digno de lubricidad. Ruega por nosotros.
Crátera insigne de pasión. Ruega por nosotros.
Rosa epicúrea. Ruega por nosotros.
Torre de Himeneo. Ruega por nosotros.
Torre de fruición. Ruega por nosotros.
Torrente de semen. Ruega por nosotros.
Casa de lujuria. Ruega por nosotros.
Discípula perfecta que te abres al Príapo. Ruega por nosotros.
Vulva de la Alianza. Ruega por nosotros.
Puerta del cielo. Ruega por nosotros.
Salud de los perversos. Ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores. Ruega por nosotros.
Consuelo de los urgidos. Ruega por nosotros.
Estrella pornográfica. Ruega por nosotros.
Auxilio de los depravados. Ruega por nosotros.
Signo de rostro obsceno y rijoso. Ruega por nosotros.
Resplandor del erotismo. Ruega por nosotros.
Motivo de deleite. Ruega por nosotros.
Fuente orgásmica de inspiración. Ruega por nosotros.
Sierva fálica. Ruega por nosotros.
Íntima colaboradora de la excitación. Ruega por nosotros.
Corazón tan profundo como el perineo. Ruega por nosotros.
Voz de unión entre lenguas y humedades. Ruega por nosotros.
Reina de los cautivados. Ruega por nosotros.
Reina de los masoquistas. Ruega por nosotros.
Reina de los poetas. Ruega por nosotros.
Reina de los lastrados. Ruega por nosotros.
Reina de los sádicos. Ruega por nosotros.
Reina de los que profesan el placer. Ruega por nosotros.
Reina de las libertinas. Ruega por nosotros.
Reina de los impúdicos. Ruega por nosotros.
Reina concebida del pecado original. Ruega por nosotros.
Reina del Santísimo Cunnilingus. Ruega por nosotros.
Reina de la Felación. Ruega por nosotros.
Cordero de Amor que quitas la ropa del mundo. Perdónanos, Señor.
Cordero de Amor que quitas el sostén del mundo. Escúchanos, Señor.
Cordero de Amor que quitas las bragas del mundo. Ten piedad de nosotros.
Ruega por nosotros, Santa Madre Pecaminosa. Para que seamos dignos de alcanzar las orgías de nuestro Señor. Amén.



03 agosto 2012

lunes, 30 de julio de 2012

LOS PLANETAS Y SUS DÍAS



Los planetas caminan en el andador universal 

Del tiempo y el espacio

Los planetas y astros esperan su turno 

En la oscuridad inmanente

Que recubre de su color natural el resto del infinito

Los planetas como hijos del universo

Llegan a su lóbrega morada

Y sobre el patio solar

Sin arder

Sin quemarse

Juegan a dar vueltas

Con sus pies en la cerámica encendida

Danzan mientras los solsticios y equinoccios

Se disputan acá adentro

La supremacía de los días y las noches

Aquí donde el lucero de la mañana

Es una serpiente emplumada

Y donde el heliocentrismo preocupa en demasía

Y donde el egocentrismo ya no es vigente

Y donde la primavera

El verano

El árbol deshojado

El invierno

Cohabitan y se mezclan unos con otros

Hasta el incólume fin de los tiempos

Los cuerpos celestes se visten de negro

Cuando bailan sobre la alfombra dorada de sol

Y por más rojos azules grandes o alejados que estén

Parecen siempre dedos que quieren alcanzar la luz


Y apagarla





05 junio 2012

martes, 17 de julio de 2012

HISTORIA DE UNA VIDA

Ninguno de ellos sabe cómo llegó hasta allí — ¿realmente alguien sabe cómo llegó a este mundo?—, solo, de repente, un día, están. Y las cosas no vuelven a ser lo mismo. 

    Nacen, existen con una supuesta identidad incorruptible (no hablemos de personalidad porque ya nadie sabe lo que eso significa): su color es variopinto; los hay de diferentes tamaños y texturas. Algunos piensan que se fabrican en serie como los seres humanos. Desde entonces está presente la idea del alma gemela: son el uno para el otro. Es como un matrimonio. Aunque en sus inicios están juntos, al final del día quién sabe. 

     De pronto están ya en casa esperando el momento en que puedan ser felices viajando siempre juntos, lado a lado; se piensan vivos disfrutando cada instante: en la mañana al despertar bajo las cobijas; bajando a desayunar envueltos en las pantuflas más suaves. Y después se ponen en los zapatos de uno. Al menos lo intentan. 

       Pasa un día o dos o tres, máximo. 

    Entonces viene la prueba de fuego. Mejor dicho de agua, de lavado delicado, de centrifugado extra. Es como el destino o cualquiera de sus sinónimos y acepciones: ineludible. 

     Es cierto que ya estaban un poco sucios, cada vez más desgastados, más arrugados; pero estaban juntos. El ciclo de la vida es así: los une para un día separarlos. Y vaya a saber dios si vuelven a estar juntos: el ciclo de lavado es así. Llegan no saben cómo al recipiente cilíndrico donde la temperatura es metálica. Y un mar de dudas comienza a inundarlos. (No son los únicos, otras prendas tienen el mismo destino) Los absorbe la incertidumbre. Por si no fuera ya suficiente, la analogía de la rueda de la fortuna se hace presente. Empieza a sacudirse, gira su suerte. A veces arriba, a veces abajo. Y se pierde la noción del tiempo. 

     Allí, en la lavadora, se liman asperezas, se redimen los pecados cometidos, se purgan las penas, se ahogan las tristezas, se purifican las almas y los calcetines. Es, pues, un ciclo de lavado. El agua y el jabón quitan manchas, disuelven angustias; todo debe salir impecable, impoluto. No siempre es así. 

     En ocasiones se olvida a la pareja de calcetines que cándidamente se introdujo en las fauces de la vida. Nada vuelve a ser igual. 

     Algunos calcetines pierden su par, su igual (su alma gemela, dirían los humanos). Unos pocos logran sobrevivir a los duros embates de la lavadora y salen limpios, victoriosos; mientras que el resto pierde la batalla contra las adversidades y sucumbe. Unos salen por la puerta grande (de la lavadora), otros nunca vuelven a ver la luz del día. 

     ¿Y qué pasa entonces con esos calcetines que no salieron nunca de la lavadora? ¿Se fueron a un más allá, aún más allá, aun más allá de nuestro sentido de la percepción? No, no es tan sublime (y mucho menos estoico) su desenlace. Ni siquiera en el limbo podrían encontrarse. Están, se quedan afligidos y estrujados y tal vez deshilachados en la bomba de agua, en ese puente colgante entre afuera y adentro, entre la tina y el tubo de desagüe. Hasta que un técnico especializado en lavadoras, que aquí funge como salvavidas, logra liberarlo, hacerlo a un lado porque, para entonces, ya habrá estropeado el curso natural de las cosas, de la vida, y el ciclo de la lavadora —porque resultó ser un estorbo. Se habrá convertido en un retazo de tela percudido o deslavado. La dificultad de la situación lo habrá desteñido. 

     Así de trágica es la vida de los calcetines. Lo malo es que ellos no lo saben. Lo peor es que, aunque llegaran a saberlo, se quedarán como hasta ahora.

viernes, 22 de junio de 2012

UNA TAZA DE CAFÉ





A la salsa de soya y al arroz

Preparar un café es como hacer el amor: un arte, un proceso manual y cognitivo para crear algo, para hacer de dos cosas materiales y antagónicas –como un líquido y un sólido– algo digno de beberse, de hacerse, de tomarse; para poder tomarlo, hay que dedicarle tiempo y cuidados, a fin de que se pueda saborear con fruición una mañana soleada de domingo o de lunes o de cualquier otro día de la semana. Para preparar un café —y, consecuentemente, hacer el amor—, primero se necesita sembrarlo, es necesario ensuciarse las manos para sepultar los granos en la tierra, como si no importara qué tan hondo o qué tan grande o qué tan húmedo o qué tan solitario, qué tan vacío sea el lugar donde se depositan los esperanzadores gránulos de esa esencia y sentir ontológicos tan importantes en la vida del hombre; todo se deposita —incluso la confianza está enterrada— bajo tierra, junto a la futura plantita de amor, con el anhelo de que en la época de cosecha haya crecido y se hayan desprendido algunos de sus ínfimos frutos cariñosos y febriles. 

     Una vez que se han recolectado los granos de café —oh, infausta prueba de amor—, hay que tostarlos, ponerlos en contacto directo con las llamas; después molerlos, triturarlos, hacerlos añicos —casi polvo, casi nada— para capturar su olor, hacer propia su esencia, atraparla dentro del saco para café que es la vida. 

     Privar de su libertad al café y al amor parece ser un acto egoísta, es cierto, pero, en estos casos –donde los que han trabajado por ello buscan aprisionar la esencia de la vida– hasta el egoísmo es un humanismo; además de que se trata de una labor que se realiza, en primera instancia, en solitario, en el propio huerto donde nadie, más que uno sólo, puede profanar la tierra de pensamientos que se abona con grandes cantidades de emociones y pesares, a fin de que la tierra, esa vega del pensamiento, no se torne yerma. 

     Ya cuando se tiene la cosecha, los propios granos de café molidos –y, por analogía, el amor propio– todo se vuelve más fácil, pues únicamente hay que desplazarse hasta la cocina integral, lavarse las manos y poner a calentar agua en un pocillo. Por eso preparar un café es como hacer el amor, porque después de la interminable espera para que se caldeen las aguas –para que el café sea consciente que su destino está en volverse uno con el agua– viene la mezcolanza de líquidos y solutos, olores y conciencias, presencias y sabores; todo se mezcla. En el pote concurren las aguas sexuales predilectas e hirvientes; del bolso de café se hurtan dos cucharaditas de todo lo anterior que dijimos que se asemejaba a la elaboración del amor propio, para dejarlas caer en los dominios ardientes del agua y colidir hasta disolverse, a veces con ayuda de la misma cucharita alcahueta que lo arrojó al acuoso infierno amatorio, invadiendo –a pesar de que podría reconocer su derrota en aquel reino jugoso– y transgrediendo la diafanidad, la pulcritud del agua que se colorea al instante con la secreción de aquellas minúsculas partículas de amor que se esparcieron por todo el líquido en el recipiente, como abrazándolo, como asiéndolo, como haciéndolo suyo en el campo de batalla que es el pote, la taza, el lecho, el mundo entero –por que, después de todo, eso del amor y del café siempre es una guerra contra el otro y contra el tiempo–; consecuentemente, una vez que cesa la batalla en la tibia cerámica, arriban los lácteos retoños (o retoños lactantes) al lecho amoroso: la leche y la crema también son partícipes del convite para aderezar la unión del café con las humedades, del agua con las partículas alcaloides, para hacer más sabrosa la alianza entre el mezquino sabor del líquido y el amargo saber del sólido; y si con esto no bastara, se acude al azúcar tradicional para acendrar cualquier anomalía en la amalgama de la ya reconocida estirpe de amantes: con apenas una cucharita y media de sus terrones cristalinos, el líquido y el sólido se quedan en dulce paz, uno junto al otro –o más bien, el uno en el otro– como si descansaran después de su noche de bodas… 

     Pero, como siempre ocurre, el tiempo llega, filoso y presto, al encuentro de los amantes y enfría todo, desde adentro hacia afuera: apacigua todos los jugos que bullían dentro del lecho cerámico –incluso éste, su hogar, se torna más frío que el mármol de Carrara– y arroja sus gélidas caricias que calan hasta lo más profundo de la esencia del café, que ya se antoja desabrido, desamparado, irremediablemente finito. Y todos estos estragos también conciernen a la leche, a la crema, y al acre sedimento del azúcar. Por eso preparar un café es como hacer el amor. Porque a pesar de todo el esfuerzo realizado para agasajarse con las sustancias alcaloides y amatorias, el tiempo, que también es un cuchillo que tasajea cruentamente, congela toda posibilidad de sempiterno goce. Éste es el irreversible destino de una taza de café –y, por añadidura, del amor– si no se bebe a tiempo. 

     Realmente se trata de un arte la preparación del amor, bien cargado de ricas sustancias, pues se ha involucrado toda destreza, física y mental, para, por ejemplo, contener el agua en el pocillo sin que se riegue cuando hierve, para diluir la cantidad deseada (mas no desmedida) de amor en el amante, para mezclar las sustancias con un ritmo apacible, y para alimentar el ferviente deseo mientras se endulza el amor, que al tiempo penetra en las fosas nasales con su aroma a café. Sin embargo, algunos prefieren deslindarse de todo proceso artístico –metafísico u ontológico; humano por perfectible, divino por ominoso– y acuden, ciegos y desastrados, al incipiente café de máquina o al anodino caldo de Starbucks.