Música

martes, 11 de diciembre de 2012

GÉNEROS LITERARIOS


Seguramente alguien calificará este ensayo como proteico debido a que no se puede interpretar fácilmente, pero poco importa. Lo importante es lo siguiente: reflexionar sobre el papel que juega el Papa en la religión cristiano-católica.
        Además del Papa, en la historia de la Iglesia cristiana existen otras figuras que de una u otra manera lograron acendrar las ideas religiosas para que éstas perdurasen a través de los siglos. Una de las figuras importantes es la del profeta, quien desde tiempos remotos se encarga de presagiar el devenir de un pueblo, por ejemplo, de una raza, del universo.
        (La verdad es que no sé de dónde viene la idea de que la poesía es el género profético, pero estoy de acuerdo con ello, pues la visión de poeta debe ser la de un profeta, al menos hasta el siglo XX.)
        Durante la Edad Media, la religión cristiana apenas comienza a formalizarse, por lo que es un periodo incipiente donde se trata de interpretar las Sagradas Escrituras; esto da pie a que se tengan opiniones diferentes sobre un mismo tema. Así surgen las herejías y la figura del hereje.
        (Hoy en día, el sentido de heterodoxia –herejía– se entiende más como mentira, y la mentira es una patraña, pues así se les llamaba también a los primeros cuentos.)
        De la misma manera aparecen en esta época las famosas órdenes mendicantes que tratan de reivindicar la religión; con este fin, combaten herejes y difunden los dogmas religiosos –que es la labor por la que son más reconocidos.
        (La Literatura empieza a crecer en el momento en el que la novela se vuelve vehículo de ideas que pueden ser digeridas por la mayoría de la población; estas ideas se difunden y son más accesibles pues ya se escriben en lenguas vulgares.)
        Y, finalmente, llegamos a la figura que tomamos como punto de partida: el Papa. Los padres de la Iglesia han sido figuras que siempre están en el ojo del huracán  porque precisamente en ellos recae la responsabilidad de mediar entre Dios y el hombre. El Pontífice, como su raíz etimológica lo indica, es el puente entre el plano divino y el humano; el pontífice es quien trata de interpretar las Sagradas Escrituras de tal manera que todos los creyentes puedan acercarse a los misterios de la fe.
        (Y aquí es donde dejo a un lado las analogías y comienzo a precisar. Confirmo las correspondencias que traté de utilizar para llegar hasta aquí: la poesía-profecía; el cuento-hereje –en cuanto a patraña se refiere–; la novela-orden mendicante –en términos de difusión de ideas a través de historias ficticias–; y la de Literatura como religión. Coloco de esta manera la correspondencia del ensayo con el pontífice pues creo que ambos deben, de una manera prometeica, acercar el conocimiento “elitista” en las mentes de los demás que de otra manera no pudieran acceder a ello; se trata de una reflexión sobre el papel del ensayo como mediador entre la Literatura y los lectores, como la Iglesia católica y sus seguidores: ¿realmente el Papa es el nexo entre lo literario y lo terrenal, o es que el lector ha tenido que aproximarse a la Literatura de otra forma?)

SONETO 481


El lenguaje es sólo una selva gramatical
donde el triste poeta, por mandato divino,
suele perderse: intenta buscar el camino
de regreso a su silencioso y querido erial.

El poeta no sabe qué camino tomar,
por lo que decide emplear sus artes de creador;
y comienza, por su ingenio, a perder el temor
de tener que hablar cuando él quiere callar.

Así, falsos poetas desgastan el lenguaje
y, de lo sublime y puro, hacen algo absurdo,
y que más que embellecerlo, lo vuelven lurdo[1].

Ésta es mi crítica del arte y su lenguaje,
que, para que en las cárceles rimadas encaje,
todo lo salvaje y natural deviene absurdo.


[1] Del francés lourd, pesado. 

CASCOS AZULES




Desperté por los alardes que hacía mamá en la casa; se esfumó aquella pesadumbre sobre mis párpados. Pude observar la exaltación de mamá porque gritaba al unísono de la gente en la calle y que, al mismo tiempo, quedaba opacada por el estrepitoso sonido de las explosiones. 

— ¡Rápido! ¡Levántate! ¡Están muy cerca! 

En ese instante escuchamos el azote de la puerta y alguien corrió hacia nosotras. 

—Budur, toma a tu hija, nos vamos de aquí. 

Era Assef, mi tío, siempre se mostraba inmutable y seguro. Era fuerte y podía tirar a un soldado con una mano, ¿qué era una puerta para él? 



II 

El reloj marca las 7 a.m., las noticias de la televisión muestran imágenes de guerras que Ms. Bradley no reconoce; el volumen del televisor es bajo y no es posible escuchar a los presentadores. 

El olor del café recién hecho se eleva hasta su delgada nariz; como cada mañana, esto le recuerda lo rutinaria que es su vida: tráfico, comidas frías, cajetillas de cigarros, madres desoladas en busca de consuelo, niños que quieren ser felices; pero es esa tranquilidad la que le ha traído hasta allí, hasta su departamento en Santa Barbara, California, pues a fin de cuentas todos buscan un poco de paz en un mundo gobernado por la guerra. 

Ms. Bradley llega al albergue y, antes de entrar, observa el edificio que puede confundirse con cualquier otro, menos con un albergue infantil. Apenas cruza las puertas de cristal templado y observa algunas enfermeras fumando (no siempre tabaco) enfrente de los niños huérfanos que esperan a sus tutores para realizar las actividades del día: rehabilitación física (si es necesaria), estimulación de los sentidos y de la creatividad a través de juegos y dibujos, terapia psicológica, las comidas del día, la siesta (si se trata todavía de pacientes en etapa maternal), el aseo personal, la hora de la recreación libre y, al final del día, la despedida. Allí, sin embargo, los hedores del tabaco, de las heces en los baños que no se limpian cuando es preciso —porque el presupuesto del hospital no alcanza para contratar personal de limpieza—, y de la soledad se mezclan, parece una ofensa a los sentidos, eso explica por qué los niños no paran de llorar y abrazan con fuerza tristes pedazos de plástico (o cualquier objeto que se pueda abrazar) cuando acaba el día y los tutores se retiran del lugar; esos niños buscan un consuelo. Para Ms. Bradley, es algo realmente desagradable, doloroso, y familiar. 



III 

Sentía la tierra bajo mis pies. Veía a lo lejos una construcción de lámina: era la casa que desalojamos cuando ocurrió el primer ataque; me apresuré para alcanzar la entrada y busqué mi muñeca de plástico, pues ella me daba la seguridad necesaria para volver a salir y jugar con los demás niños, también para enfrentar la realidad. 

En el momento que salía de mi antigua casa, escuché de nuevo aquellos ruidos terribles que marcaron toda mi infancia. El sonido de la muerte inmediata y fría. Desde el refugio, al otro lado de la colina, nos llamaron: debíamos regresar. Cuando entramos, nos pusieron debajo de las camas que habían improvisado los adultos. Madres con manos temblorosas cortaban los cabellos de niños y niñas por igual, mientras, entre lágrimas y suspiros, decían sus oraciones y nos obligaban a repetirlas. 

Nunca entendí por qué nos cortaron el cabello, hasta años después. Lo único que me importaba era regresar por mi muñeca que se me había caído de las manos cuando corríamos hacia la guarida. Era una muestra de egoísmo, claro que yo no lo veía así, sólo quería salir por mi muñeca para continuar jugando dentro del refugio. Era solo una niña. 



IV 

En la tarde Ms. Bradley se ocupa en arreglar los papeles de Yalil, el niño huérfano del que se ha encargado por dos años en el albergue infantil. Finalmente una familia norteamericana ha decidido adoptarlo. Ms. Bradley le guarda mucho cariño y le duele que se vaya, pero sabe que es lo mejor para él porque así ya no sufrirá allí, con los demás niños y con ella; porque, después de todo, comparten el mismo dolor. 




(Cuando me separaron de mi madre supe lo que quería hacer el resto de mi vida.) 

Entraron violentamente los soldados al refugio, la puerta no resistió. Nosotros, los niños, estábamos escondidos debajo de las camas; algunos empezaron a llorar cuando vieron cómo aquellos hombres malos, después de asesinar a los pocos varones que resguardaban el lugar, abusaban de las mujeres que, débilmente, se defendían. Nos descubrieron y nos gritaron para que saliéramos del escondite. Estábamos asustados, no sabíamos lo que iba a pasar. 

Se llevaron a todas las mujeres, incluso a mamá que se resistía, pero todo su esfuerzo fue inútil. Entre los niños, todos con el mismo corte de cabello al ras, estábamos además dos niñas, Ziba y yo, pero sus pechitos (que ya se notaban) la delataron. Se la llevaron también. 



VI 

Antes de que acabe el día, ya está listo el trámite para que Yalil deje el centro infantil, para que una nueva pareja de gringos (que no ha podido tener hijos porque su alimentación sintética ha alterado su organismo al grado que uno de ellos quedó estéril) se lo lleve y cuide de él, para que su nueva familia le dé, además de un apellido y una supuesta identidad, la esperanza de una vida mejor que la guerra ha borrado de su memoria, así como sucede con todos esos niños sobrevivientes que se quedan huérfanos debido a los estragos de la guerra. Solamente falta que se firme el oficio para la adopción. 

— Gracias por todo, Jadiyha, nosotros cuidaremos de Yalil como si fuera realmente nuestro hijo; ya tenemos la habitación en casa lista para su llegada: le va a encantar: tiene un hermoso tapiz juvenil en las paredes, el piso alfombrado, el edredón más arropador en la cama más suave, la cómoda y la mesita de noche son de la madera más fina; y lo mejor es que tiene un televisor de cuarenta pulgadas con acceso a la programación infantil y juvenil más variada porque hemos decidido contratar la televisión de paga... –dice Mrs. Johnson mientras imprime su firma en el papel. 

— De nada —contesta lacónica Ms. Bradley. 

Termina el proceso de adopción y desde su oficina, en el segundo piso, ve a la nueva familia subir a su auto y partir hacia su hogar. Ms. Bradley está, de nuevo, sola. 







VII 

Nos encontrábamos solos. Nuestro refugio estaba destruido, por lo que decidimos tomar los víveres que quedaban y salir a buscar ayuda, acercarnos a la civilización guiados por los pocos niños que sabían (o creían saber) el camino para llegar a la ciudad. 

La manada de huérfanos estaba conformada por puros niños y yo era la única niña que los acompañaba. El niño más pequeño lloraba porque tenía hambre y porque quería a su mamá de regreso y porque el pañal de tela que llevaba puesto estaba cagado y porque estaba cansado de andar; y yo lo consolé: le di mi muñeca de plástico para que se callara y nos dejara seguir en silencio nuestro camino hacia la perdición. 



VIII 

Regresa a casa y Ms. Bradley prende el televisor. Prepara algo de cenar mientras escucha el noticiero de la noche. La guerra continúa en Medio Oriente, pero esa ya no es su guerra, por eso no reconoció las imágenes de la mañana. Los bombardeos siguen a la orden del día. Seguramente cientos de niños quedarán huérfanos y llegará a ella otro Yalil enviado por la UNICEF a este lado del mundo. Ms. Bradley lo esperará desde mañana. 



IX 

Llevábamos un buen tramo recorrido cuando nuevamente se escucharon disparos muy cerca de donde andábamos. De pronto empezamos a ver gente aglomerándose y que corría hacia nosotros tratando de salvarse de los disparos y de las granadas. 

Yo estaba muy cansada y no había probado alimento ya que se lo había dado al niño pequeño que lloraba porque tenía hambre y con su ración no se había saciado. Estaba pálida y languidecía, estaba a punto de desmayarme cuando el ruido de la explosión se hizo tan fuerte que devoró los sollozos de la gente y el llanto del niño llorón que caía a mi lado. Cuerpos (no precisamente celestes) cubrían el cielo y gotas de silencio carmesí mojaban mi rostro. 

Algo trataba de desprenderse de mi cuerpo, lo sentía despegarse poco a poco. Llegó un punto en el que la esperanza que habitaba en mi alma logró desprenderse de mí y salir dolorosamente a través de mis ojos. El dolor líquido corrió por mi cuerpo y se escapó de mis manos; no pude retenerlo, me oprimía el corazón. El olor también se expandió, se llevó al aire todos mis recuerdos hasta convertirlos en una nube de polvo, polvo capaz de hacer renacer la esperanza. 

Se fue. No vi cuando se fue. Sólo empecé a sentir su ausencia cuando me desvanecía, y ese nuevo vacío me hizo despertar y gritar de dolor. 

Entonces vi cascos azules.

17 julio 2012

DIGRESIÓN A PARTIR DE UN VERSÍCULO



“Y el miedo no es otra cosa

que el abandono de los recursos de la razón:

[cuanto menor es la propia confianza,

mayor parece la causa desconocida del tormento].”

(Sb 17,12)



El miedo ha acompañado al hombre toda su historia: es intrínseco a éste de la misma manera que lo es la razón: desde el miedo a la naturaleza y los fenómenos meteorológicos, hasta el miedo por las armas nucleares. En el ámbito literario, el miedo ha sido el motivo –el motor– por excelencia: mitos cruentos sobre dioses y titanes, leyendas fatídicas, tragedias destinadas a lo irrefrenable (sic); todo esto a falta de razón para explicar la realidad. Es así como surge la ficción: como un remedio al temor de lo incomprensible. Lo anterior no se limita únicamente al terreno ontológico, igualmente existe el miedo y la ausencia de respuestas en otro campo quizás menos denso que el filosófico –y que la literatura aborda de singular manera: el amor. Las historias de amor más famosas no tratan precisamente del triunfo del amor, sino de la pérdida del mismo, o del miedo a perderlo (v. gr., Orfeo, Romeo y Julieta, Cumbres Borrascosas). Y habrá que caer en cuenta que esto no sólo es vigente en la literatura amatoria, ya que también existe el miedo a la vida, a la muerte, a la injusticia, a la usurpación del poder, etcétera; lo que ha arrojado innumerables opúsculos referentes al temor y a la falta de respuestas, de razón para explicar todo lo que sucede afuera y adentro de los párpados.




Febrero de 2012

...Y ME PREGUNTAS QUE SI ES AMOR


Y pasa el tiempo, y pasa la existencia pensando en este inhumano sentimiento llamado amor, aquel que todos profesan algún día, al que imploran que llegue a su vida para que después se vaya sin decir palabra (sabiendo que los sentimientos no hablan); entonces: ¿nos equivocamos al sentir?. Pero no quiero recordar, así que vamos a continuar.
            En estos momentos las circunstancias han cambiado, el sentimiento casi está erradicado, pero entonces lo que hizo Manuel Venegas con Soledad fue eliminar el amor, ¿cambiar la forma de adoración? Primero tendríamos que definir lo que es amor, y cómo saberlo sin conocerlo, he aquí un pequeño gran dilema. Definamos al amor como algo sublime, perfecto, difícil de alcanzar en la Tierra, pero que su máxima representación humana fue hecha por aquellos jóvenes amantes, que al ser humanos tendieron a cometer errores (como lo fue el de Soledad al casarse con Antonio Arregui) y  a partir de entonces surgieron más errores (la muerte de Soledad llevada a cabo por Manuel Venegas), que al fin de cuentas son propios del ser humano.
            El Niño de la Bola nos plantea una historia propia de nuestros días (claro, con sus adaptaciones a la sociedad en la que vivimos). Pero la esencia de la novela en estos días ya no se ve, ya no hay nadie que ame hasta la muerte (al menos no a esta edad) y, bueno, cómo decirte que lo hecho por Manuel Venegas para tener el amor de Soledad fue lo mejor que un hombre en esa situación pudo haber hecho en ese entonces, ahora nadie se aleja de la persona que más ama porque (según) la ama tanto que no puede dejarla ir, y entonces en lugar de amor tenemos dependencia física y sobre todo emocional de la otra persona, algo que el amor no puede entender, entonces se va… sin decir adiós.

            Después tenemos lo hecho por Soledad: arrepentirse de la situación en la que estaba y declararle su inevitable amor a Manuel por medio de una carta, que tardíamente llego a manos del hijo de don Rodrigo, pero que hizo cambiar la suerte de todo aquel que presenció lo sucedido aquel día de la “rifa”, y plasmado en el libro que leí con gran ilusión, pero que al paso de los días se le fueron juntando motivos para odiar al amor, terminando en éste insípido ensayo con sabor amargo, y con el pensamiento venciendo al sentimiento, dejándome sin fundamentos para decir que es un verdadero amor el de Manuel y Soledad.
            “¿Pero cómo pudieron ser amantes cuando nunca se conocieron?” pregunta el proletariado escolar, contestándole – de eso trata el amor -  dije airoso y dejando a la multitud (que no era más que poca) con una sensación que sólo ellos saben, yo no. Y el amor no entiende de razones lógicas para explicar por qué el amor es amor: no se crea ni se destruye, sólo se transforma; siendo esto lo que pasó con Manuel y Soledad, no inventaron su amor, no lo mataron, siempre estuvo ahí, de varias formas y diversos sentidos, transformándose si fuere menester del destino (como efectivamente lo fue) llegando hasta la muerte de ambos.
            Después, otra pregunta que surgió de la masa me hizo sentir (no pensar) lo que debía contestar. La pregunta fue: “¿por qué Manuel mató a Soledad, si es que la amaba?”; escuchando en mi cabeza el eco del palpitar de mi corazón dije: “la mató, pero no porque la odiara, sino porque la amaba tanto que si no iba a estar con él el resto de la vida, no iba a estar con nadie más, así que decidió que compartieran la eternidad… para siempre”. Eso es la representación del amor humano, rebasando los límites de la vida y tocando los linderos de la expiración.
            Pues, vaya desenlace, pero no podíamos esperar algo más debido a las condiciones que ya he mencionando anteriormente. Entonces hubo un error de alguien al no saber amar al otro, por ejemplo, Soledad no pudo esperar o Manuel no supo perder, pero qué importa si ya están muertos, si ya sabemos el final de esa historia, ¿Por qué seguir hablando de ella?, sencillamente porque ahora eso sucede a pequeña escala.
            Ya entrados en el terreno del amor y sus errores humanos, hablemos un poco más profundo acerca de ellos. Empezando por esos detalles que si no fueran especiales no tendría caso mencionarlos; así que hablaré primero de las mujeres, sí, aquéllas que nos dan la vida y después nos la quitan, siendo diferentes mujeres en cada caso, pero al fin y al cabo mujeres, ¿nacimos del amor y morimos de amor?, te lo dejo de tarea estimado lector.
            Otro problema, es la forma de sentir de las personas involucradas en el amplio pero estrecho mundo del amor verdadero, donde sólo están aquellos amores que dan la vida, la muerte, la tristeza, la felicidad, la eternidad por tener más que la amistad, hasta llegar al punto de perderlo todo y no, y así seguiremos hasta llegar a la raíz del problema: el corazón.
“-Creo que confunde usted las especies… -respondió don Trajano-. Lo   que no tiene Soledad es un corazón de heroína de novela, y mucho menos un corazón de hombre. Su corazón es pura y simplemente de mujer…
-¡Está destornillado! –dijo doña Tecla, sonriendo en cierto modo a sus tertulios, como pidiéndoles que perdonasen a su marido.
-Pues entonces digamos que tiene un corazón de mujer que no sabe amar… -añadía entre tanto la madrileña.” (De Alarcón, 99)
            Allí tenemos la causa de todas las venturas y desventuras de esta (hasta ahora) paradójica existencia que mantiene en el borde a la razón. Entonces, si hay amor se va a aceptar a la persona como sea, como tenga el corazón, como es el caso de Manuel Venegas que aceptó a Soledad fuera como fuera pero era como él quería que fuera ella. Y si no es así, no es amor verdadero y ya. Todo esto implica amor, todas estas acciones son de un amor que ya no hay, que ya nadie valora; ahora todo gira en torno a la moda y al dinero, ¡añoro aquellos tiempos!
            En breve terminaré el ensayo sin importarme lo que se piense, lo que se diga, las faltas de ortografía ni todas aquellas fruslerías que hagan que me cohíba.
            Y ahora ya no hay amor, sólo quedan las huellas sobre la arena que me causó esta verbena, que aunque su duración no fue prolongada me sirvió de enseñanza para futuros acontecimientos que seguirán cambiando el rumbo y el destino de mi vida, después de todo lo hecho y deshecho por ganarme tu desprecio y todo lo que conllevan tus acciones jamás realizadas, y dime entonces dónde estaré cuando el pánico invada mi realidad, cuando alguna vez me sentí fuerte y después no, me mataste otra vez y no dudo que lo vuelvas a hacer, por eso, amor, te dejo aquí, no espero tu reacción, no creo que tengas el valor para decir algo a tu favor; me fallaste, te fallé, no te puedo llamar amor, te llamaré “desilusión que nunca llegó”, “ayer que nunca pasó”. Porque ¿cómo sabes que estás enamorada si no sientes el humor de las flores en una tarde de otoño?, ¿cómo pude  enamorarme de ti si tú ni siquiera existes? , ¿Cuándo me contestarás todas las dudas de amor que tengo? Porque aquí en un lugar llamado realidad en un tiempo llamado vida y en una acción llamada amor me piden que te diga si eres bueno o malo, si eres grande o chico, hobby o vicio, pasión o dolor, todos preguntan por ti, y no sé dónde decirles que estás y que no estás, que vives y no mueres como los hombres. Y después de todo, algún día se acabará el otoño y con éste la melancolía del día a día, y me pongo a pensar en el invierno y sus días yertos, ahora la nostalgia de la magia de la mística fe del advenimiento del Redentor que acabará con este fulgor de tu amor y el mío. Juro que ya no te buscaré, que nunca te encontraré, que jamás te pensaré y mucho menos te sentiré, pero quiero que me acerques a la primavera donde ya no hay mas guerra, donde ya no hay miseria, ya no hay penas, penas que me trajo el anhelo de tenerte a mi lado, pero si lo pienso escrupulosamente, si la primavera viene, vendrá el verano “donde nada es claro”, y de nuevo otoño y el invierno ¡qué triste destino tener que vivir lo mismo durante toda mi eternidad, qué crueldad! ¡Tener que vivir un día para vivir otro, tener que haber un lunes para poseer un martes, y un martes para un miércoles, y un miércoles para un jueves, y un jueves para un viernes, y un viernes para un sábado, y un sábado para un domingo y de vuelta al principio! ¿Y sabes a qué se debe todo esto? ¡A que existes, amor!, si no existieres no tendría motivo para vivir, para morir; para gozar, para agonizar; para reír, para llorar; para todo esto y más. Mejor no existas.

            Y si no existieras no tendría por qué hacer este ensayo, que triste y vasto lo hallo, todo para decir que Manuel amaba a Soledad, pero amor que nunca se pudo consumar, al menos aquí en el paraíso terrenal, tal vez en la eternidad sí, cuando llegue ahí te podré decir, mientras no. A eso le llamo amor, a todo lo que realizó Manuel con vehemencia y paciencia, con amor y dolor, con sudor y fervor, con valor y temor. Sin tener explicaciones matemáticas ni científicas se puede corroborar el amor verdadero, tendré que ser sincero y quitarme el sombrero que no poseo en este momento, y decir y hacer todo lo que hizo Manuel puedo, pero sólo dime cómo, cuándo, dónde, por qué y para quién, podría terminar ahora el martirio sin que sepas que te deliro y miro, y te admiro ciegamente hasta que me abres los ojos y recuerdo la realidad donde tú no estás. Y podría en sueños decir que te quiero sin tener que andar con rodeos y me desespero porque no te tengo ni siquiera en ellos. Y podría en sueños escribir mil versos y volverlos sonetos al compás de tu mirar y nunca los descubrirás. Y podría en sueños llevarte a ver el firmamento y dibujarte miles de estrellas bonitas y bellas, y todo el mundo sabría que para mí eres una de ellas, la mejor. Pero son sólo sueños, despierto en la realidad y lo único que te puedo ofrecer es un poco de tiempo, un poco de dinero, de locura, de amargura, pero lo que te puedo ofrecer plenamente es mi amor, maltrecho y herido corazón, donde la razón no tiene lugar y lo único que escucharás será el silencio de mis gritos y verás la incolora tinta de mis palabras, y tocarás mi intangible pensamiento, probarás el insípido júbilo de mis días y olerás el aroma de la utopía…y me preguntas que si es amor.

07 noviembre 2008




De Alarcón, Pedro. El Niño de la Bola. Porrúa, en la Colección “Sepan cuantos...”, 2003

LA DANSE

Tu danses la nuit
Sous un toit de bruit
Où la cadence n'est plus

Tu danses la nuit
Parmi les rosiers
Qui n'ont guère d'épines
Et non plus de fleurs

Tu danses la nuit
Selon les modèles
Que la société a implanté
Dans tes yeux

Tu danses la nuit
Et je ne te suis
Et la cadence n'est plus

Tu danses la nuit
immerse sur ta robe.

EL EROTISMO



Todo comienza con la vida. Y qué es la vida sino una peregrinación hasta la muerte. Sin embargo, este largo peregrinaje en ocasiones puede convertirse en fiesta: un carnaval de la angustia a la usanza barroca. Así, la celebración de la vida es también la de la muerte: el deseo de vivir es semejante al de morir. 

El hombre a través de los siglos ha explorado diversos caminos para llegar a su último destino: la muerte. Entre esos caminos ha encontrado, por ejemplo, el camino más anodino, el de la beatitud, el del libertinaje. Y cada uno de estos trayectos necesita un motivo diferente para caminarlo. 

En esta ocasión abordaré uno de los caminos más arriesgados: el del erotismo, cuyo motivo principal es el impulso sexual. Cabe aclarar que este impulso sexual no es un motivo exclusivo del erotismo, ya que pueden identificarse al menos otros dos estadios donde este impulso es la piedra angular de aquellos. 

El primer estadio del impulso sexual es el fin reproductivo de las especies animales. Este tipo de reproducción atañe a todas las especies sexuadas; se trata de una primera estancia en donde la preservación de la especie, la continuidad del hombre es el objetivo primordial. Este principio biológico con fines reproductivos es el más obvio y por ende el más despreciado entre los estadios del impulso sexual humano, ya que únicamente otorga un sentido lineal a la sexualidad humana. 

El segundo estadio del impulso sexual es el erotismo y sólo es vigente para la especie humana. El erotismo es una desviación del impulso sexual debido a la intromisión de un proceso mental intrínseco al hombre: la imaginación. Ésta es capaz de llevar el impulso sexual hasta el paroxismo, olvidándose de su primer objetivo, concediendo una multiplicidad de sentidos que logra saciar la imaginación de los más desenfrenados. 

Si bien en el primer estadio la pareja sexual es elegida instintivamente debido a que se busca en ella las características fisiológicas propicias para la preservación de la especie, en el segundo estadio la elección de la pareja es semiconsciente y va de acuerdo con la necesidad imaginativa que requiere ser completada. Este proceso de elección se considera semiconsciente ya que la personalidad de la otra persona puede resultar repulsiva para uno, pero el cuerpo, el objeto es íntimamente deseado. 

Así pues, el erotismo está acompañado por el antojo ferviente de las formas, de las carnes, de los placeres siempre en plural; es la proyección de la imaginación en el objeto deseado. Incluso para algunos, el objeto de deseo puede perder su pasividad para convertirse en sujeto que también desea ser partícipe activo del placer, es decir, sentir y hacerse sentir. Ésta es otra de las características del erotismo; el impulso sexual puede ser saciado a través del objeto deseado que puede estar presente o ausente (en este último caso, la ausencia del objeto físico tiene poca importancia; pues con la sola imagen, representación mental de dicho objeto, es posible conocer el placer mediante la masturbación) y aun más todavía a través del sujeto que está en busca del deseo, de la vida y de la muerte, de una manera más que religiosa la mayoría de las veces. 

En el erotismo, el encuentro sexual adquiere las características de una ceremonia religiosa porque se reconoce, mediante el rito, la comunión del hombre con ese algo más puro y elevado, ya sea un dios o un orgasmo. De esta manera el erotismo se adivina como un modo de vida estético, donde la misma esteticidad es la encargada de dotar de belleza al camino, al caminero y a sus acompañantes –objetos y sujetos–, hasta la muerte. 

Asimismo el amor puede considerarse como un modo de vida ético y estético: es el tercer estadio del impulso sexual. En el amor, el impulso sexual deviene en una visión moralista de la realidad de la especie y que el erotismo adorna con sus formas. A diferencia del erotismo, la característica principal del amor es la exclusividad concedida a un solo cuerpo. Mientras el erotismo encumbra los placeres provenientes de la mayoría de cuerpos posibles, el amor procura el placer que puede proporcionar un único sujeto (ya no más objeto, porque para que exista el amor es necesaria la correspondencia del amado con el amante, de dos seres sensibles), lo busca con la misma vehemencia que el religioso busca la Iluminación divina. 

Acceder a este último estadio del impulso sexual es difícil, pues se trata de un nivel más elevado y, por ende, clasicista adonde pocos tienen capacidad de entrar. A partir del siglo XII en Occidente comenzó a concebirse el ideal amoroso donde la relación servicial entre el señor y su vasallo se transporta a la esfera amorosa que da a la mujer el papel de señora y al amante de su vasallo; solamente los amantes de una nobleza inferior con respecto a la dama, siempre casada, pueden conocer este tipo de sentimiento apasionado hasta la sumisión: el amor cortés. Pero con el tiempo, este amor cortés perdió precisamente su carácter noble y se vulgarizó esa idea hasta, llegar prostituida infinitamente, a empatar con la idea de amor concebida por el pueblo. 

Anteriormente ya he mencionado el proceso de elección del impulso sexual (la reproducción instintiva) y del erotismo (desviación del impulso para satisfacer la imaginación); ahora es el turno de develar el proceso de elección en el amor. La elección de la pareja amorosa o sentimental no implica solamente una decisión consciente de la persona que se quiere amar, sino que esta deliberación acepta la creencia en la predestinación con el fin de conferir un toque místico e inexplicable en la relación. Dicho de otra manera, es el destino quien se ha encargado de poner ante nosotros a la persona con las cualidades que nos satisfacen para ser amada y, sin embargo, radica en nosotros, seres pensantes, la deliberación de someternos finalmente a esa atracción pasional irracional para convertirla en una atracción racional. Y subrayo: este proceso es privativo, particular; en el caso del impulso sexual y del erotismo puede entenderse el deseo de la otredad como un deseo habitual e impersonal. Además, en el amor no sólo está el deseo de preservar la especie, ni el deseo de apropiación del cuerpo ajeno, de las formas; sino también se encuentra un afecto por el fondo, las reminiscencias platónicas de las ideas que están en la esfera más elevada del conocimiento. 

Finalmente haré una reflexión de la analogía entre el lenguaje y el impulso sexual. En una primera instancia, el lenguaje cumple una función comunicativa; existe concordancia entre el significante y el significado. De aquí que el fin reproductivo del impulso sexual sea equiparable, en este nivel, al lenguaje –cuya función primigenia es la de comunicar. Asimismo el lenguaje puede ser llevado a una segunda instancia que permite la multiplicidad de significantes para un solo significado; esto es lo que se denomina erotización del lenguaje, puesto que éste ya no cumple solamente con su función original, sino que permite que la imaginación dote de distintos significantes para un mismo significado, desviando o fracturando la primera función del lenguaje. 

Esta multiplicidad de sentidos (erotización) es la que asemeja al impulso sexual con el lenguaje en una instancia diferente a la inicial; y sobre lo cual ya se ha escrito bastante para concluir que, efectivamente, la desviación del impulso sexual deviene en erotismo, mientras que la desviación lingüística está mejor expresada a través de la poesía.

BIBLIOGRAFÍA 

BATAILLE, Georges. (1957) L’érotisme. France : Gallimard.
PAZ, Octavio. (1993) La llama doble. Amor y erotismo. México : Seix Barral.
ROUGEMONT, Denis de. (1979) El amor y Occidente. Barcelona : Kairós.