Si se toma como punto de partida la tesis planteada por
Antonio de Nebrija en el prólogo de la Gramática
castellana, entonces puede intentarse hacer un análisis de las lenguas que
hoy gobiernan el mundo. “La lengua es compañera del imperio”, dice Nebrija, y
si se observa la influencia política, social, tecnológica, etcétera, de un
idioma en otro o varios más, puede argumentarse que esta lengua no sólo está
presente más allá de sus fronteras, sino que también toda una carga cultural
llega a instalarse en otra sociedad. ¿Cuántas veces no se habla de iPod, iPhone, Walkman, mall y demás palabras provenientes del
inglés? ¿Qué significado tiene que palabras extranjeras se incrusten en otra lengua?
Será porque los expertos de la lengua no se han puesto a pensar sobre cómo
traducir estos conceptos, o porque parecen intraducibles; lo cierto es que lo
anterior pone frente a la lengua y su sociedad un espejo global donde se
descubre desnuda. Y aquí debe añadirse otra tesis: los neologismos en un idioma
son la muestra del progreso y avance, en distintos ámbitos, de una nación. En
otras palabras, las nuevas palabras manifiestan la riqueza de una lengua y, por
ende, de un país. Así que cada hispanohablante puede preguntarse ¿hace cuánto
tiempo que el castellano no ofrece nuevas palabras a los suyos? Durante el
siglo XX la ciencia alemana y la tecnología norteamericana, por ejemplo,
parieron nuevos sustantivos y nuevas formas verbales para el mundo; y, sin
embargo, el español no ha hecho más que castellanizar algunos de estos conceptos.
En todo caso, tal vez la lengua española sea una madre estéril que pronto
tendrá que enseñar a sus hijos a decir Querétaro
o huachafo en chino o japonés.
24 agosto 2012
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