Música

lunes, 24 de febrero de 2014

La experiencia de traducir y un comentario crítico acerca de la traducción de “Récitatif” de Jacques Réda

Puede decirse que mi experiencia en traducción es mínima. No obstante, las pocas traducciones que he hecho han sido de poesía. Las primeras fueron del poeta barroco Théophile de Viau; y en ese entonces no tenía ninguna metodología para traducir, así que traduje literalmente y posteriormente intenté que los versos rimaran de algún modo, incluso transgrediendo el patrón de la rima en el original francés. Ahora quizás no me atrevo a nombrar lo que hice como una traducción, sino más bien como una adaptación rimada (sic) en la que, sin  embargo, pueden apreciarse cuartetos bien logrados como éste:


Amor por tu mirada ya suspira,
y muy pronto tu esclavo viene a ser:
prisionero de sí mismo admira
cómo de su imperio perdió el poder. 

Amour de tes regards souspire,
Et, ton esclave devenu,
Se voit luy-mesme retenu,
Dans les liens de son empire.


Las palabras y la idea me parece que son las mismas en el fondo, aunque la forma sea otra. La rima abrazada del original se convierte en una rima cruzada en mi adaptación; además de que el metro en español es más largo, por lo que decidí poner palabras de más para que el verso en español fuera regular. Sin embargo, repito, esto lo hice sin una metodología elocuente. La segunda traducción fue para un experimento en una revista cultural de Guanajuato. Fuera de ello, el resto de las traducciones que he intentado han quedado en eso: en intentos.
           Por otra parte, mi experiencia con la poesía la considero suficiente. Comencé a leer poesía en la secundaria, los típicos poemas de amor. Ay. Pero cuando aprendí a leer en francés quedé fascinado por los poetas de esta lengua, los clásicos: Ronsard, Malherbe, Racine, Hugo, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Valéry… Con ellos aprendí no sólo el peso específico de cada palabra, sino también sus formas –contenidas en otras formas–, sus sonidos, sus silencios. Dicho esto, y con el descubrimiento de más y de muy buenos poemas escritos en francés, pienso a menudo en lo terrible que es que estos o aquellos poemas no puedan ser leídos, sentidos y escuchados en español. Así que entre un altruismo asaz hipócrita y un cándido regodeo personal, opté por intentar traducir poesía con seriedad,[1] aunque haya quien diga, “ya sean teóricos o prácticos, que traducir poesía es algo imposible (lo afirmó R. Jakobson y lo susurran muchos traductores metidos en esta delicadísima operación), y sin embargo la poesía, lo poético siempre ha sido y seguirá siendo objeto de multitud de intentos de aproximación y de reformulación de una lengua a otra”.[2]
He resuelto seguir en primera instancia la idea que Sáez Hermosilla expone sobre la traducción:
En toda traducción hay entropía, es decir, pérdida o ganancia y en definitiva cambio, pero cambio a pesar de y gracias a un proyecto de convergencia y equivalencia. En la fase de interpretación tiene el traductor que conseguir un acercamiento máximo al mensaje total, y en la fase de reformulación un distanciamiento mínimo de lo esencial de ese mensaje.[3]
            Completándola con lo que dice Mauricio Beuchot acerca de su ideal de traducción:
Siempre el ideal será apegarse lo más posible al texto, y con la fraseología que suene mejor en castellano. Por eso muchas veces no basta traducir adaptando sintáctica y semánticamente, hay que llegar a la pragmática. […] Hay que atender no sólo a las significaciones registradas de la palabra, sino al uso. Aunque sea determinándolo en ocasiones dentro del texto mismo que se traduce, por el contexto.[4]
            En segunda instancia, he adoptado la metodología de trabajo por etapas que aconseja Robert Bly[5] y que de la misma manera aplica Susan Bassnett:
My first stage is a crude handwritten draft that I often never refer to again. I see this as a necessary stage, a stage of ‘writing the reading’ in some palpable form. Writing mechanically for page after page fixes the reading of each individual sentence; it shows up the problem points, the deficiencies in my understanding and the places where more work is needed.[6]
            Ahora bien, el poema de que me he encargado de traducir es el poema extenso “Récitatif” de Jacques Réda. Este consta de tres partes, de las cuales sólo los problemas traductológicos de la segunda comentaré aquí. Empero, traduje las otras dos partes con el fin de realizar un trabajo redondo en el que las tres partes traducidas valieran por las tres partes del poema original.
            En mi opinión, la comprensión que he tenido del poema no es total todavía, pues éste tiene distintas imágenes que no me resultaron tan claras. De esto hablaré más adelante. Además, hay que decirlo, existen algunos conceptos en francés que aún me cuesta trabajo entender, por lo que este trabajo de traducción es apenas precario y por ende perfectible. A pesar de todas las dificultades que iré comentando aquí, me parece que he logrado descubrir el tono del poema (hallazgo muy importante para mí), por lo que en las últimas versiones creo que pude reproducir el tono del poema en español. Sin más preámbulo, muestro la primera versión de la segunda parte de “Récitatif”:

 RECITATIVO (II)
Sin embargo, escúchame:
alguien dulcemente en camino hacia la ya-no-persona dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien esperado caminó sacando
un hilo invisible del vacío en movimiento de su presencia;
él empujaba puertas, se
metía en la entrada perjurando contra el mismo armario
y lloraba en su cama cerca de los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus  brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea de noche habiendo perdido casi toda su carga
en los recovecos del gran recolector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalándose sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado  en la descompostura de la velocidad adquirida?
Es posible
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad allí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que allí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo no expresado con palabras de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos por destellos bajo un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa lavada.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los muros de hollín en ruinas sin decir nada —
piérdeme —
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por los arroyos de agua pura,
 el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que golpetea, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y que me acompaña.
Desaparecí.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad de  paz en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco  el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos restos de la voz, del corazón que se evacúa. 


            Diversos problemas se me presentaron a la hora de traducir; desde dificultades sintácticas, de contenido, hasta complicaciones de ritmo y sentido. No me detendré en todos los problemas que resolví mediante la recreación o la reformulación del verso o de la proposición, sino solamente en aquellos conceptos y pasajes que quizás no pude reproducir íntegramente en la lengua de llegada. Sobre este asunto de la recreación, Jordi Doce comenta que “para la tradición idealista alemana (a la que, en parte, se adscribe Ortega y Gasset), traducir un poema ha de suponer un forzamiento y apertura de la lengua a la que se traduce; o, lo que viene a ser lo mismo, un enriquecimiento de la propia lengua con los códigos y estructuras del idioma del poema original. De tal forma que un idioma, al abrirse a otros mediante el ejercicio de la traducción, se iría aproximando a esa lengua ideal, prebabélica, que está en el origen de la dispersión y fragmentación actuales”.[7] Esto es en parte lo que me he propuesto con la traducción de “Récitatif”, donde la apertura a conceptos y estructuras poco conocidas en el español dieran como resultado una mejor comprensión de la idea original en nuestro idioma.
Por ejemplo, en el segundo verso de esta traducción está la palabra-concepto “ya-no-persona” (le plus-personne, en francés). Evidentemente se trata de una perífrasis para referirse a alguien que está muriendo, al momento de la no-vida. Pensé en algún momento quitarle ese matiz al verso y cambiar el concepto por el de “muerte” (“alguien dulcemente en camino hacia la muerte dice yo”), que rítmicamente ayuda a la fluidez del verso, pero que conceptualmente pierde demasiado. Finalmente, gracias a los comentarios de mis compañeros y a la comprensión parcial del poema decidí guardar el concepto con la traducción literal “el ya-nadie”. Esto porque me parece que la carga del ya-nadie es algo que el poeta quiso resaltar, pues bien pudo haber escrito “en chemin vers la mort” y no fue así, por lo tanto, la lengua de origen se ve forzada a aceptar este concepto de la lengua original.
            Otro problema ocurrió en el verso 14. El original dice “tous ses bagages” refiriéndose al equipaje que pierde la memoria y que entra a un hotel. El juego de disemia es patente: por un lado, “ses bagages” hace referencia a las maletas que ha perdido la memoria; y por otro lado, esas maletas son más bien bagajes, como podríamos entenderlo también en español. Me parece que en francés el uso de la palabra bagage es más común que en español para referirse a las maletas, mientras que en español lo primero que pensamos cuando vemos esta palabra es en el “bagaje cultural”, no tanto en maletas. Así se presentaba este problema, que en un principio había resuelto utilizando “toda su carga” como se muestra en la traducción de arriba. Sin embargo, al final esta solución ya no me pareció pertinente y opté una vez más por restituirla con una traducción casi literal, pues utilicé “equipajes” en lugar de “bagajes” para que no saltara tanto a la vista esta última palabra –esperando que el lector pueda ver ahí una metáfora–, que en español me parece es poco utilizada fuera de la expresión ya hecha que mencioné líneas arriba.
            En el verso 35 tuve otra dificultad con el adjetivo inexprimé. Si bien en francés éste es común, en español pocas veces he oído a alguien decir “inexpresado”. No sé si las autoridades de la lengua lo aceptan. La primera solución –errónea– que propuse fue el parafraseo, donde obtuve este larguísimo verso: “que es el cielo no expresado con palabras de todo deseo. Me decía” Donde, además, había puesto inconsciente y gratuitamente “con palabras”, pues esto no se encontraba en el original. Nuevamente mis compañeros sugirieron que guardara la palabra original en español, de tal manera que el verso se acortó y se apegó más al texto fuente; aunque el afán de lograr un efecto de oralidad en el poema quizás esté mermado con estos dos últimos ejemplos que he comentado.
            Una de las mayores complicaciones a la hora de traducir está en el verso 40: “[los pensamientos] que pasan oblicuos por destellos bajo un cráneo de mujer”. Lo que está en cursivas es lo que no me suena, como interpreta una vez más Jordi Doce:
Cuando leemos una traducción mediocre decimos que no nos suena. La frase es la expresión no tanto de una voluntad normativa o normalizadora (aunque puede serlo en aquellos que hacen de la corrección lingüística una especie de baluarte profiláctico) cuando de una sospecha profunda sobre la dimensión mágica o hechizante de la poesía. El buen poema se nos impone, nos transporta, porque suena, esto es, comulgamos antes con su música que con su sentido. O mejor, su sentido es su música.[8]
 Aun ahora es complicado para mí comprender el concepto (passer de biais par éclats) y el sentido, por lo que mi primera traducción fue literal. Por eso creo que suena mal. La solución parcial que elegí fue la que surgió de una clase, donde a partir del contexto (el verso anterior y el posterior, específicamente) pudo entenderse “la idea” del autor. Esta solución es: “[los pensamientos] que pasan oblicuos como relámpagos”, dando más claridad a esta interpretación que se hizo sobre dichos versos.
            Estos fueron algunos ejemplos de los problemas que tuve que resolver en la traducción. Por supuesto que hay muchos más que si se observan de cerca probablemente me generarán más dudas y terminaré por cambiarlos. O quizá no, quizás estoy conforme con esta última versión que hice, pues conozco mis limitaciones y sé que por el momento no puedo hacerlo mejor. Me haría falta más experiencia en el campo de la traducción y, como señala Bly, alguien cuyo idioma nativo sea el francés que esté dispuesto a exponer y explicar cómo trabajan en francés algunos de los pasajes que resulten aún oscuros para mí, como los casos que acabo de mencionar. Además, afirma Amelia Gamoneda que “en la traducción de poesía está pues implicado un conocedor de la lengua de origen y de destino (para el primer nivel [competencia lingüística]), un crítico literario (para el análisis de las cualidades físicas de la lengua dinamizadas por el sentido en el texto de origen [competencia perceptiva y analítica]) y un poeta (para dinamizar dichas cualidades en el texto de destino [competencia poética])”.[9] Y de estas competencias, lingüística, analítica y poética, probablemente todavía no poseo un nivel óptimo; sin embargo, habrá que alcanzarlo.  
            Para terminar, quiero agradecer a los compañeros del seminario por sus amables y oportunos comentarios, así como a Pedro Serrano por los mismos motivos. También a Andrea Patiño Caro por su apoyo que me brindó al momento de traducir las tres partes del poema. He aquí la última versión de la segunda parte del poema, muchas gracias.


II (última versión)
Sin embargo, escúchame:
alguien dulcemente en camino hacia el ya-nadie dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien caminó esperó sacando
un hilo invisible del vacío movedizo de su presencia;
empujaba puertas, se
ponía en la entrada maldiciendo al mismo armario
y lloraba en su cama al aproximarse a los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea [la puerta] de noche habiendo perdido casi todos sus equipajes
en los recovecos del gran colector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalar sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado en la descompostura de la velocidad adquirida?
Es posible
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad ahí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que ahí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo inexpresado de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos como relámpagos en un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa tendida.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los ruinosos muros de hollín sin decir nada —
piérdeme —
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por las cunetas de agua pura,
el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que bate, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y  acompaña.
Desaparecí.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad pacífica en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío que por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco  el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos despojos de la voz, del corazón que se evacúa. 

Bibliografía

Bassnett, Susan. «Writing and Translating.» Bassnett, Susan y Peter Bush. The Translator as Writer. Londres: Continuum, 2006.
Beuchot, Mauricio. «Acerca de la traducción (hermenéutica y pragmática).» Frost, Elsa Cecilia. El arte de la traición o los problemas de la traducción. México: Dirección General de Publicaciones UNAM, 2000. 80.
Bly, Robert. «The Eight Stages of Translation.» The Kenyon Review 4.2 (1982): 68-89.
Bonnefoy, Yves. La traducción de la poesía. Trad. Arturo Carrera. Valencia: Pre-Textos, 2002.
Meschonnic, Henri. Poétique du traduire. Paris: Éditions Verdier, 1999.
Montero, Javier Gómez, ed. Nuevas pautas de traducción literaria. Madrid: Visor Libros, 2008.
Sáez Hermosilla, Teodoro. La traducción poética a prueba: exégesis y autocrítica (ámbito francés - español). Léon: Universidad de León, 1998.




[1] Creo que la digresión de Bonnefoy sobre el porqué de la traducción es importante retomarlo: “¿Por qué traducimos un poema, cuando no tenemos por qué hacerlo? ¿Para revelar la obra o mejorar la presencia –desde el punto de vista histórico o filológico– en nuestra lengua? Seguramente, es para revivir en ella la experiencia poética, para impregnarse de ella allí mismo y sólo allí donde es posible, es decir, en el habla y en la escritura con las que uno vive, experimenta y hace la obra”.  (La traducción de la poesía, p. 89-90.)
[2] Teodoro Sáez Hermosilla, La traducción poética a prueba: exégesis y autocrítica. p. 142.
[3] Ibídem,  p. 146.
[4] Mauricio Beuchot, “Acerca de la traducción (Hermenéutica y pragmática)”, en Elsa Cecilia Frost, El arte de la traición o los problemas de la traducción, p. 45.
[5] Robert Bly, “The Eight Stages of Translation”, en The Kenyon Review, pp. 67-89.
[6] Susan Bassnett, The Translator as Writer, p. 178.
[7] Jordi Doce, “Traducir: tres asedios”, en Nuevas pautas de traducción literaria, p. 16.
[8] Ibídem, p. 25.
[9] Amelia Gamoneda, “La lengua bífida de la traducción”, en Nuevas pautas de traducción literaria, p. 39.

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