Puede decirse que mi experiencia en traducción es
mínima. No obstante, las pocas traducciones que he hecho han sido de poesía.
Las primeras fueron del poeta barroco Théophile de Viau; y en ese entonces no
tenía ninguna metodología para traducir, así que traduje literalmente y
posteriormente intenté que los versos rimaran de algún modo, incluso
transgrediendo el patrón de la rima en el original francés. Ahora quizás no me
atrevo a nombrar lo que hice como una traducción, sino más bien como una
adaptación rimada (sic) en la que, sin
embargo, pueden apreciarse cuartetos bien logrados como éste:
Amor
por tu mirada ya suspira,
y muy pronto tu esclavo viene a ser:
prisionero de sí mismo admira
cómo de su imperio perdió el poder.
y muy pronto tu esclavo viene a ser:
prisionero de sí mismo admira
cómo de su imperio perdió el poder.
Amour de tes regards souspire,
Et, ton esclave devenu,
Se voit luy-mesme retenu,
Dans les liens de son empire.
Et, ton esclave devenu,
Se voit luy-mesme retenu,
Dans les liens de son empire.
Las palabras y la idea me parece que son las mismas
en el fondo, aunque la forma sea otra. La rima abrazada del original se
convierte en una rima cruzada en mi adaptación; además de que el metro en
español es más largo, por lo que decidí poner
palabras de más para que el verso en español fuera regular. Sin embargo,
repito, esto lo hice sin una metodología elocuente. La segunda traducción fue
para un experimento en una revista cultural de Guanajuato. Fuera de ello, el
resto de las traducciones que he intentado han quedado en eso: en intentos.
Por
otra parte, mi experiencia con la poesía la considero suficiente. Comencé a
leer poesía en la secundaria, los típicos poemas de amor. Ay. Pero cuando
aprendí a leer en francés quedé fascinado por los poetas de esta lengua, los
clásicos: Ronsard, Malherbe, Racine, Hugo, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé,
Valéry… Con ellos aprendí no sólo el peso específico de cada palabra, sino
también sus formas –contenidas en otras formas–, sus sonidos, sus silencios.
Dicho esto, y con el descubrimiento de más y de muy buenos poemas escritos en
francés, pienso a menudo en lo terrible que es que estos o aquellos poemas no
puedan ser leídos, sentidos y escuchados en español. Así que entre un altruismo
asaz hipócrita y un cándido regodeo personal, opté por intentar traducir poesía
con seriedad,[1] aunque haya quien diga,
“ya sean teóricos o prácticos, que traducir poesía es algo imposible (lo afirmó
R. Jakobson y lo susurran muchos traductores metidos en esta delicadísima
operación), y sin embargo la poesía, lo poético siempre ha sido y seguirá
siendo objeto de multitud de intentos de aproximación y de reformulación de una
lengua a otra”.[2]
He resuelto seguir en primera instancia
la idea que Sáez Hermosilla expone sobre la traducción:
En toda traducción hay entropía,
es decir, pérdida o ganancia y en definitiva cambio, pero cambio a pesar de y
gracias a un proyecto de convergencia y equivalencia. En la fase de
interpretación tiene el traductor que conseguir un acercamiento máximo al mensaje
total, y en la fase de reformulación un distanciamiento mínimo de lo esencial
de ese mensaje.[3]
Completándola
con lo que dice Mauricio Beuchot acerca de su ideal de traducción:
Siempre el ideal será apegarse lo
más posible al texto, y con la fraseología que suene mejor en castellano. Por
eso muchas veces no basta traducir adaptando sintáctica y semánticamente, hay
que llegar a la pragmática. […] Hay que atender no sólo a las significaciones
registradas de la palabra, sino al uso. Aunque sea determinándolo en ocasiones
dentro del texto mismo que se traduce, por el contexto.[4]
En
segunda instancia, he adoptado la metodología de trabajo por etapas que
aconseja Robert Bly[5] y que de la misma manera
aplica Susan Bassnett:
My
first stage is a crude handwritten draft that I often never refer to again. I
see this as a necessary stage, a stage of ‘writing the reading’ in some
palpable form. Writing mechanically for page after page fixes the reading of
each individual sentence; it shows up the problem points, the deficiencies in
my understanding and the places where more work is needed.[6]
Ahora
bien, el poema de que me he encargado de traducir es el poema extenso
“Récitatif” de Jacques Réda. Este consta de tres partes, de las cuales sólo los
problemas traductológicos de la segunda comentaré aquí. Empero, traduje las
otras dos partes con el fin de realizar un trabajo redondo en el que las tres
partes traducidas valieran por las tres partes del poema original.
En
mi opinión, la comprensión que he tenido del poema no es total todavía, pues
éste tiene distintas imágenes que no me resultaron tan claras. De esto hablaré
más adelante. Además, hay que decirlo, existen algunos conceptos en francés que
aún me cuesta trabajo entender, por lo que este trabajo de traducción es apenas
precario y por ende perfectible. A pesar de todas las dificultades que iré
comentando aquí, me parece que he logrado descubrir el tono del poema (hallazgo
muy importante para mí), por lo que en las últimas versiones creo que pude
reproducir el tono del poema en español. Sin más preámbulo, muestro la primera
versión de la segunda parte de “Récitatif”:
RECITATIVO (II)
Sin embargo, escúchame:
alguien dulcemente en camino hacia la ya-no-persona dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien esperado caminó sacando
un hilo invisible del vacío en movimiento de su presencia;
él empujaba puertas, se
metía en la entrada perjurando contra el mismo armario
y lloraba en su cama cerca de los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea de noche habiendo perdido casi toda su carga
en los recovecos del gran recolector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalándose sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado en la descompostura de la velocidad adquirida?
alguien dulcemente en camino hacia la ya-no-persona dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien esperado caminó sacando
un hilo invisible del vacío en movimiento de su presencia;
él empujaba puertas, se
metía en la entrada perjurando contra el mismo armario
y lloraba en su cama cerca de los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea de noche habiendo perdido casi toda su carga
en los recovecos del gran recolector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalándose sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado en la descompostura de la velocidad adquirida?
Es posible
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad allí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que allí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo no expresado con palabras de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos por destellos bajo un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa lavada.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los muros de hollín en ruinas sin decir nada —
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad allí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que allí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo no expresado con palabras de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos por destellos bajo un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa lavada.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los muros de hollín en ruinas sin decir nada —
piérdeme —
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por los arroyos de agua pura,
el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que golpetea, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y que me acompaña.
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por los arroyos de agua pura,
el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que golpetea, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y que me acompaña.
Desaparecí.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad de paz en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos restos de la voz, del corazón que se evacúa.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad de paz en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos restos de la voz, del corazón que se evacúa.
Diversos
problemas se me presentaron a la hora de traducir; desde dificultades
sintácticas, de contenido, hasta complicaciones de ritmo y sentido. No me
detendré en todos los problemas que resolví mediante la recreación o la
reformulación del verso o de la proposición, sino solamente en aquellos
conceptos y pasajes que quizás no pude reproducir íntegramente
en la lengua de llegada. Sobre este asunto de la recreación, Jordi Doce comenta
que “para la tradición idealista alemana (a la que, en parte, se adscribe
Ortega y Gasset), traducir un poema ha de suponer un forzamiento y apertura de
la lengua a la que se traduce; o, lo que viene a ser lo mismo, un
enriquecimiento de la propia lengua con los códigos y estructuras del idioma
del poema original. De tal forma que un idioma, al abrirse a otros mediante el
ejercicio de la traducción, se iría aproximando a esa lengua ideal,
prebabélica, que está en el origen de la dispersión y fragmentación actuales”.[7]
Esto es en parte lo que me he propuesto con la traducción de “Récitatif”, donde
la apertura a conceptos y estructuras poco conocidas en el español dieran como
resultado una mejor comprensión de la idea original en nuestro idioma.
Por
ejemplo, en el segundo verso de esta traducción está la palabra-concepto
“ya-no-persona” (le plus-personne, en
francés). Evidentemente se trata de una perífrasis para referirse a alguien que
está muriendo, al momento de la no-vida. Pensé en algún momento quitarle ese
matiz al verso y cambiar el concepto por el de “muerte” (“alguien dulcemente en
camino hacia la muerte dice yo”), que rítmicamente ayuda a la fluidez del
verso, pero que conceptualmente pierde demasiado. Finalmente, gracias a los
comentarios de mis compañeros y a la comprensión parcial del poema decidí
guardar el concepto con la traducción literal “el ya-nadie”. Esto porque me
parece que la carga del ya-nadie es
algo que el poeta quiso resaltar, pues bien pudo haber escrito “en chemin vers
la mort” y no fue así, por lo tanto, la lengua de origen se ve forzada a
aceptar este concepto de la lengua original.
Otro
problema ocurrió en el verso 14. El original dice “tous ses bagages”
refiriéndose al equipaje que pierde la memoria y que entra a un hotel. El juego
de disemia es patente: por un lado, “ses bagages” hace referencia a las maletas
que ha perdido la memoria; y por otro lado, esas maletas son más bien bagajes, como podríamos entenderlo
también en español. Me parece que en francés el uso de la palabra bagage es más común que en español para
referirse a las maletas, mientras que en español lo primero que pensamos cuando
vemos esta palabra es en el “bagaje cultural”, no tanto en maletas. Así se
presentaba este problema, que en un principio había resuelto utilizando “toda
su carga” como se muestra en la traducción de arriba. Sin embargo, al final esta
solución ya no me pareció pertinente y opté una vez más por restituirla con una
traducción casi literal, pues utilicé “equipajes” en lugar de “bagajes” para
que no saltara tanto a la vista esta última palabra –esperando que el lector
pueda ver ahí una metáfora–, que en español me parece es poco utilizada fuera
de la expresión ya hecha que mencioné líneas arriba.
En
el verso 35 tuve otra dificultad con el adjetivo inexprimé. Si bien en francés éste es común, en español pocas veces
he oído a alguien decir “inexpresado”. No sé si las autoridades de la lengua lo
aceptan. La primera solución –errónea– que propuse fue el parafraseo, donde
obtuve este larguísimo verso: “que es el cielo no expresado con palabras de todo deseo. Me decía” Donde, además,
había puesto inconsciente y gratuitamente “con palabras”, pues esto no se
encontraba en el original. Nuevamente mis compañeros sugirieron que guardara la
palabra original en español, de tal manera que el verso se acortó y se apegó
más al texto fuente; aunque el afán de lograr un efecto de oralidad en el poema
quizás esté mermado con estos dos últimos ejemplos que he comentado.
Una
de las mayores complicaciones a la hora de traducir está en el verso 40: “[los
pensamientos] que
pasan oblicuos por destellos bajo un
cráneo de mujer”. Lo que está en cursivas es lo que no me suena, como
interpreta una vez más Jordi Doce:
Cuando leemos una traducción
mediocre decimos que no nos suena. La
frase es la expresión no tanto de una voluntad normativa o normalizadora
(aunque puede serlo en aquellos que hacen de la corrección lingüística una
especie de baluarte profiláctico) cuando de una sospecha profunda sobre la
dimensión mágica o hechizante de la poesía. El buen poema se nos impone, nos
transporta, porque suena, esto es,
comulgamos antes con su música que con su sentido. O mejor, su sentido es su
música.[8]
Aun ahora es complicado para mí comprender el
concepto (passer de biais par éclats)
y el sentido, por lo que mi primera traducción fue literal. Por eso creo que
suena mal. La solución parcial que elegí fue la que surgió de una clase, donde
a partir del contexto (el verso anterior y el posterior, específicamente) pudo
entenderse “la idea” del autor. Esta solución es: “[los pensamientos] que pasan oblicuos como relámpagos”, dando más
claridad a esta interpretación que se hizo sobre dichos versos.
Estos
fueron algunos ejemplos de los problemas que tuve que resolver en la
traducción. Por supuesto que hay muchos más que si se observan de cerca
probablemente me generarán más dudas y terminaré por cambiarlos. O quizá no,
quizás estoy conforme con esta última versión que hice, pues conozco mis
limitaciones y sé que por el momento no puedo hacerlo mejor. Me haría falta más
experiencia en el campo de la traducción y, como señala Bly, alguien cuyo
idioma nativo sea el francés que esté dispuesto a exponer y explicar cómo
trabajan en francés algunos de los pasajes que resulten aún oscuros para mí,
como los casos que acabo de mencionar. Además, afirma Amelia Gamoneda que “en
la traducción de poesía está pues implicado un conocedor de la lengua de origen
y de destino (para el primer nivel [competencia lingüística]), un crítico
literario (para el análisis de las cualidades físicas de la lengua dinamizadas
por el sentido en el texto de origen [competencia perceptiva y analítica]) y un
poeta (para dinamizar dichas cualidades en el texto de destino [competencia
poética])”.[9]
Y de estas competencias, lingüística, analítica y poética, probablemente todavía
no poseo un nivel óptimo; sin embargo, habrá que alcanzarlo.
Para
terminar, quiero agradecer a los compañeros del seminario por sus amables y
oportunos comentarios, así como a Pedro Serrano por los mismos motivos. También
a Andrea Patiño Caro por su apoyo que me brindó al momento de traducir las tres
partes del poema. He aquí la última versión de la segunda parte del poema,
muchas gracias.
II
(última versión)
Sin embargo, escúchame:
alguien dulcemente en camino hacia el ya-nadie dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien caminó esperó sacando
un hilo invisible del vacío movedizo de su presencia;
empujaba puertas, se
ponía en la entrada maldiciendo al mismo armario
y lloraba en su cama al aproximarse a los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea [la puerta] de noche habiendo perdido casi todos sus equipajes
en los recovecos del gran colector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalar sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado en la descompostura de la velocidad adquirida?
alguien dulcemente en camino hacia el ya-nadie dice yo
deja caer deja pesar deja flotar morir
la pequeña lluvia las montañas los árboles las nubes;
dónde aquí allá por todos lados alguien caminó esperó sacando
un hilo invisible del vacío movedizo de su presencia;
empujaba puertas, se
ponía en la entrada maldiciendo al mismo armario
y lloraba en su cama al aproximarse a los cuarenta años
por cosas de Dios, de infancia; tenía
un miembro un alma un corazón de verdadera almohada en tus brazos
teóricos de hermana como un hotel donde la memoria
golpea [la puerta] de noche habiendo perdido casi todos sus equipajes
en los recovecos del gran colector que nos había empujado de vientre en vientre
en el refugio cálido durante ciclos de geología-
y entonces lanzados ¿por qué hacia esa confluencia de gestos bloqueados
de adulterio o de incesto, por qué
esta larga marcha por la oscuridad de las matrices,
si era para acabar, en el muro, sollozando como un imbécil, dejando
los huevos resbalar sobre los azulejos de la cocina,
[si era] por comprender viendo el cielo limar sus uñas sobre los techos,
el horroroso sol propagar su límite,
que la rueda había chocado contra el último poste del recorrido
y no había nada que hacer más que ser lanzado en la descompostura de la velocidad adquirida?
Es posible
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad ahí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que ahí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo inexpresado de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos como relámpagos en un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa tendida.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los ruinosos muros de hollín sin decir nada —
piérdeme —
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por las cunetas de agua pura,
el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que bate, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y acompaña.
que yo te busque aún sin deseo,
como si alguna formalidad ahí jamás hubiera sido cumplida;
posible
que ahí te haya buscado como en un pasillo
donde se espera simplemente la autorización de proseguir
el viaje más allá por estas complicaciones de aeropuertos y de valijas,
y que aquí tú,
eso que llamaba tú con gran estremecimiento de todo el ser,
seas esa nada vaporosa a nueve mil metros de altitud
que es el cielo inexpresado de todo deseo. Me decía:
que yo muera, entonces sería el alimento insustancial de sus labios,
algo de mí que pena entrará en la curva de su nariz
e incluso más hondo puede ser; yo rogaba:
llévame a la lunación de la sangre, a los pensamientos
que pasan oblicuos como relámpagos en un cráneo de mujer, y en
sus prendas si es necesario llévame, que el calor baña de gloria. Pero mira
que aquí me contentaría con una amistad de piedra
o con la materialidad del viento que caza la ropa tendida.
Es triste. Y tampoco
muy triste. Es.
O más bien apenas no es.
Querría darme un golpe contra el hierro de una caldera y decir quémame,
perderme bajo los ruinosos muros de hollín sin decir nada —
piérdeme —
si ardiéramos, si la despistada
pudiera por fin tocar mis muñecas levantadas en el hielo,
mis rodillas dislocadas por la inutilidad de la velocidad
o mis ojos convertidos en el exterior invisible de sus párpados.
Y todavía me decía
que muerto al menos resbalando por las cunetas de agua pura,
el granito de las aceras, la luna ciega sobre los techos;
que muerto zozobrando con la pendiente interminable de la calle
donde a tu vez irías en la noche sin mí, perdida
entre los muros y los pasillos cuando todo lo oscuro remueve
y remonta para respirar tímido en la superficie —
a la mínima señal escapada de la profundidad decisiva
(una puerta que bate, la lámpara naranja que se enciende)
tú sonreirías pensando es él como en otro tiempo que me llama y acompaña.
Desaparecí.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad pacífica en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío que por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos despojos de la voz, del corazón que se evacúa.
No solamente de la superficie donde floto y zozobro rápido como una sonrisa,
sino también de la profundidad pacífica en las piedras.
Así el agua cuando se rompen el fondo y las paredes,
el corazón, cuando su núcleo bajo la ausencia del amor estalla,
donde el vacío que por todos lados tiene pendiente y pérdida se precipita —
escúchame
hablar todavía un poco el corazón derramado en ese vacío
que se infla como una bolsa, se cierra como una bolsa —en la bolsa
los últimos despojos de la voz, del corazón que se evacúa.
Bibliografía
Bassnett, Susan.
«Writing and Translating.» Bassnett, Susan y Peter Bush. The Translator as
Writer.
Londres: Continuum, 2006.
Beuchot, Mauricio.
«Acerca de la traducción (hermenéutica y pragmática).» Frost, Elsa Cecilia. El
arte de la traición o los problemas de la traducción. México: Dirección
General de Publicaciones UNAM, 2000. 80.
Bly, Robert. «The
Eight Stages of Translation.» The Kenyon Review 4.2 (1982): 68-89.
Bonnefoy, Yves. La traducción de la
poesía.
Trad.
Arturo Carrera. Valencia: Pre-Textos, 2002.
Meschonnic, Henri. Poétique
du traduire. Paris: Éditions Verdier, 1999.
Montero, Javier Gómez,
ed. Nuevas pautas de traducción literaria. Madrid: Visor Libros, 2008.
Sáez Hermosilla,
Teodoro. La traducción poética a prueba: exégesis y autocrítica (ámbito
francés - español). Léon: Universidad de León, 1998.
[1] Creo que la digresión de Bonnefoy
sobre el porqué de la traducción es importante retomarlo: “¿Por qué traducimos
un poema, cuando no tenemos por qué hacerlo? ¿Para revelar la obra o mejorar la
presencia –desde el punto de vista histórico o filológico– en nuestra lengua?
Seguramente, es para revivir en ella la experiencia poética, para impregnarse
de ella allí mismo y sólo allí donde es posible, es decir, en el habla y en la
escritura con las que uno vive, experimenta y hace la obra”. (La
traducción de la poesía, p. 89-90.)
[2] Teodoro Sáez Hermosilla, La traducción poética a prueba: exégesis y
autocrítica. p. 142.
[3] Ibídem, p. 146.
[4] Mauricio Beuchot, “Acerca de la
traducción (Hermenéutica y pragmática)”, en Elsa Cecilia Frost, El arte de la traición o los problemas de la
traducción, p. 45.
[5]
Robert Bly, “The Eight Stages of Translation”, en The Kenyon Review, pp. 67-89.
[7] Jordi Doce, “Traducir: tres
asedios”, en Nuevas pautas de traducción
literaria, p. 16.
[8] Ibídem, p. 25.
[9] Amelia Gamoneda, “La lengua
bífida de la traducción”, en Nuevas
pautas de traducción literaria, p. 39.
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