Música

sábado, 18 de febrero de 2012

PATRIA MÍA



Hola, Querida:


Sé que apenas nos conocemos, pero tengo que ser muy breve debido a la situación actual, tuya y mía. No nos está yendo nada bien, y en parte es culpa mía por no haber atendido a tus llamados, por no haber denunciado, incluso por no haber limpiado tus calles, mis calles, nuestras calles. 

     Iré al grano, Querida, debido a las inundaciones – por el desbordamiento del río, y por el pésimo sistema de drenaje que nosotros mismos hemos deteriorado y por falta de mantenimiento por parte del gobierno –, el agua alcanzó mi pequeña casa; estaba aterida pero tenía que mostrarme impertérrita ante mi única esperanza, mi hija. Solamente pude escribir esto, tomé a Sofía, mi niña, y salí. 

     Ya era demasiado tarde, el agua corría copiosamente por las calles. 

   Sofía nació hace dos años, desde entonces ilumina mi vida y yo le correspondo con cariño y con buenos cuidados. Ella apenas sabe pocas palabras; su vocabulario tiende a disminuir porque no tiene a quien llamarle “papá” – tú sabes que la situación actual ha desfavorecido a la familia original donde los hijos tienen padre y madre que los quieren y los cuidan –, y si esto no mejora no tendrá la oportunidad de nombrar ese valioso líquido que hoy abunda –nefando– pero que hace falta –purificado. Quizás tampoco vuelva a decir “mamá”. 

     Para evitar ahogarnos, subimos a la azotea de la pequeña casa, mi último patrimonio. 

     Hoy el agua potable escasea, de la impotable sobra bastante, ya lo ves. He peleado contra mujeres y hombres por el líquido vital para darle algo de beber a mi hija, para hacerle su mamila. Y no sólo eso, aunados están los problemas de las sequías que impiden una buena cosecha para tener alimentos; también la explotación de los mantos acuíferos ha debilitado el subsuelo, sobre todo porque los éstos no tienen cómo renovarse ya que es poca el agua de lluvia que llega a ellos debido a que la mayoría de las calles están pavimentadas y dificultan este proceso; la consecuencia es que se está hundiendo más la ciudad. 

     Yo no sé quién resista más, si ella o yo; al momento de rescatarnos lo sabrás. 

    Han pasado dos días, no estoy segura. Seguimos en la azotea de mi pequeña casa; el nivel del agua todavía no baja y el ejército aún no llega. Creo que mi hija está deshidratada, no sabes cuánto me acongoja estar rodeada de agua y no poder darle ni un sorbo para que resista un poco más; su piel está reseca, áspera; hace varios días que no toma un baño. Las últimas noches he abrigado a Sofía, con el suéter que yo traía puesto, para evitar incluso que padezca hipotermia. Yo, en cambio, estoy fatigada, derruida: mis labios, que siempre callaron – las injusticias, las desmesuras–, están partidos, ensangrentados. 

     El agua poco a poco se ha ido, nosotras seguimos aquí, malsanas. 

     Espero que todo esto no te resulte ajeno, Querida, porque es terrible vivir una situación así como la que me ha tocado, y no sólo a mí, sino a varias familias mexicanas. No sé si haya logrado mi cometido, lo único que he tratado en esta carta es retratar nuestra situación actual; pero confío plenamente que despertarás de tu letargo y esto irá mejor. 

    Te imploro, Querida, que cuides de Sofía, es una buena niña; enséñale a ver la vida de otra manera, enséñale lo que es el amor de una familia mexicana, enséñale que existe una esperanza. Yo no pude hacerlo. 


   Te escribo esto con el último aliento de esperanza, México. 



Carmen. 



23/08/12

No hay comentarios:

Publicar un comentario