Música

lunes, 13 de febrero de 2012

My[_____]

Ella es Gabriela. Ha dos años que dejó de ser Dancing Queen. Nada extraordinario –ojos grandes y negros, cabello negro y lacio, delgada, piernas largas, altiva usa las perlas de la Virgen–, salvo su estatura; con su altura cree que puede alcanzar los anaqueles y sueños más altos, pero sí es cierto, sólo que ella no sabe cómo. 

Gabriela conoció a Mario en la secundaria; iban en el 102, por número de lista. Él estaba detrás de ella; no le hablaba ni ella a él. Mario era muy engreído –inclusive ahora lo es–, se creía demasiado, intentaba sobresalir en la clase. Imbécil. Pero sí, era muy listo: Gabriela siempre le pedía las respuestas y se hacía el desentendido. Sin embargo, como era el nuevo, era su obligación. Ella no recuerda haber entablado una conversación con él. Él no firmó el anuario de Gabriela y ella tampoco lo hizo con el de él. 


Pasaron dos años sin novedad desde aquel lejano 2008, cuando Gabriela y su mundo se tropezaron con uno más torpe: el mundo de Mario. 
Comenzó el cuarto año y todo fue distinto. Desde Erres de Reina hasta Sirenas y un poco más de Poetics. Mario trata de negar públicamente esa etapa, pero ante ella está su canción favorita: Gabriela. Desde un principio hubo un nadiesabequé que hasta la fecha sigue indeleble, que no se puede borrar. No había adónde correr.

Al poco tiempo, Gabriela perdió su amistad, ese lazo que lo unía con Mario. Ella se fue, él intentó rescatarla y no le fue posible. Una vez que se perdió, Gabriela regresó a la vida dos días después de Navidad; Mario se alegró bastante. El refugio de Gabriela había sido el súper Vivencia y desde allá le envió este presente:   
Mario –desde la lejana y maldita provincia de Cuernavaca– le respondió: 

Entonces Gabriela aprendió a manejar, mas no pudo siquiera correr. Años después, Mario aprendería a manejar a base de meter carros en su garaje; ella ya habrá olvidado cómo se enciende un auto. Nunca subieron a un auto juntos, solamente en aquella ocasión que Gabriel, el padre de Gabriela, los llevó al museo de Geología. 
Además de ese viaje, compartieron muchos otros y galletas y música y sentimientos y días y fiestas y un sinfín de sustantivos. 


Asimismo, las cartas aparecieron: de Gabriela para Mario, de Mario para Gabriela. Cursilerías, mariconadas diría Mario. Y un listón. Mario tiene un listón que robó del neceser de Gabriela. Ella no sabe de lo que está hablando Mario, y él ya no recuerda muchas cosas, verbigracia: estrellas –él le bajó las estrellas de un sólo golpe–, pie de queso, cantar en clases hasta aventar bufandas por la ventana o perderlas, tertulias, comer gelatinas, rayar las manos, estudiar, exigir cortes de cabello, clases de diseño, decepciones, reconciliaciones, llantos, risas hasta el fin de los tiempos, espero. 

Tres años y parece insuficiente. Mario todavía la busca; Gabriela todavía le tiende los brazos. Programan cafés que se aplazan, fiestas que no llegan. Y no hay decepciones, reproches –sólo algunas mentadas de madre en sentido figurado. 
Gabriela pierde el respeto y él se lo vuelve a encontrar en el vestido azul de flores que está tirado en la recámara de algún desconocido. Gabriela conversa con Mario sobre su hijo: Franco; Mario de lo único que sabe es de amor. Gabriela va al gimnasio y dibuja mientras Mario se ausenta toda la tarde; ella cocina la comida que él no prueba porque nunca vuelve a su casa –pero desea volver para probar ese platillo que prepara Gabriela, mas él no recuerda cómo se llama–. No, no están casados. Gabriela sale de fiesta, no le deja un mensaje a Mario. No es necesario que lo haga: a la mañana siguiente ella está allí para escuchar sus manías. Ya no escuchan sus voces, no hablan más por teléfono. Prefieren la inmediatez y frialdad del Internet porque saben –los dos lo saben muy bien– que si ella o él marca el número del otro, todo terminará en risas y lágrimas. Lágrimas como aquella vez que Mario intentó escabullirse y Gabriela lo detuvo. Como siempre. Como si nada hubiera pasado. Y tal vez nada pasó y siempre estuvieron así, juntos. 

Gabriela no se convirtió en modelo profesional; Mario le enseñó matemáticas. Él ya no tiene novia y no cree en el amor. Ella viajará a España, él se quedará en México. Ella tiene un cuadro que él quiere poseer, él no sabe colorear. Mario le regaló un Rayuela porque ella quería aprender a leer y a escribir como Julio Cortázar, y lo aprende bien. Gabriela le regala sonrisas, canciones y ataques cardíacos. Mario detesta las fotos. Gabriela le toma fotos cuando está desprevenido. 

Pero después de todo lo pasado, lo presente y lo que llegue, Gabriela seguirá combinando con Mario en cuanto al color de la ropa y otras nimiedades. Y lo más importante: pocas veces dicen "Te quiero". 



1 comentario:

  1. Copiandome y superandome OTRA VEZ. No sé, te quiero poquito la verdad. No voy a decir que lloré. Deja mi cuadro precioso en paz.

    Me dejaste sin palabras. No sé, te quiero poquito.

    Eres lo mas bonito de mi vida despues de Jeff.
    :)
    Y si me gusto, no me tienes que obligar, copion.
    Mi alumno :)


    Envejecido en Barril de Roble. ♥
    http://www.youtube.com/watch?v=iTFgQoQDMfw

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