después de un sueño sórdido
y atroz –repleto de letanías–;
lluevo plegarias sin voz
al crótalo para cerciorarme
de que impía quede mi alma –en un mar de yesca
viajando en un tiovivo hasta golpearme contra el alabastro–.
Termina el día y éste pierde
su color azul zafiro, inundado
de cárcamo y arcilla.
Febrero 2012
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