Música

domingo, 10 de junio de 2012

MANUAL DEL JUEGO (CUENTO PARA LEERSE EN VOZ ALTA)


“Observad con atención el comportamiento de esa gente:
encontradlo extraño, aunque no desconocido,
inexplicable, aunque corriente,
incomprensible, aunque sea la regla.”

Bertolt Brecht

Tú serás la mamá. Despertarás temprano para hacer el desayuno a las hijas y las llevarás a la escuela en auto; irás al supermercado a comprar lo necesario para la despensa semanal; te detendrás dos minutos frente al aparador de la zapatería, que está en el camino de regreso al auto, y contemplarás las botas de piel que te gustaría comprar o que te las regalaran el día de tu cumpleaños. Regresarás a casa y prenderás la televisión; verás el programa matutino de espectáculos (donde comentarán y analizarán lo sucedido en el capítulo de la telenovela con más rating de la noche anterior) mientras preparas la comida para la tarde. Antes del mediodía saldrás nuevamente de la casa; te dirigirás hacia el club deportivo (donde tomarás tus clases de spinning y yoga) y, posteriormente, te encontrarás en el café con las amigas que has hecho en el club para platicar de hijos, esposos, amantes, sociedad y cultura, etcétera. Pasarán las horas. Irás por tus hijas a sus respectivos colegios y les preguntarás cómo estuvo su día, qué tareas tienen y por qué ensuciaron su uniforme; llegarás a la casa y ordenarás que cada una de las hijas arregle su cuarto antes de bajar a comer. Calentarás la comida, pondrás la mesa, servirás los platos, se enfriará la sopa, bajarán las hijas y te enojarás con ellas; te frustrarás porque el niño que has designado como esposo no llega a tiempo para comer.
            Ahora tú vas a ser el papá. Serás el primero en despertar y tendrás como primera tarea despertar al resto de la familia para que a nadie se le haga tarde. Te bañarás en cinco minutos para compensar la media hora que se tarda la mujer en la regadera; tratarás de vestirte rápidamente, pero no podrá ser así porque tu camisa no está planchada; exclamarás y se escuchará en toda la casa la queja que harás cuando veas a la señora que ayuda en el hogar a hacer la limpieza. Después de quince minutos de retraso, bajarás las escaleras furioso y con la corbata mal puesta. Tú no desayunarás. Llegarás a la puerta principal y justamente cuando intentes tomar las llaves del auto, recordarás que es de color rosa metálico, que no podrás ir en él a la oficina, así que apresurarás el paso para llegar a la parada del autobús y arribar tarde al trabajo. Estarás sentado frente a un escritorio sin hacer nada hasta que sea la hora de la comida y alguien recuerde que tú también tienes que regresar a la casa para comer; pero nadie lo hará hasta después de un tiempo, te quedarás olvidado en el lejano buró que se ha designado por consenso como la oficina donde trabajarías.
            Mejor, serás la hija. Te despertarán al último porque eres quien necesita más horas de sueño y menos de vigilia. Tardarás poco más de medio siglo en vestirte y arreglarte para ir a la escuela. Finalmente bajarás a desayunar; tomarás la leche fría y el plato de cereal sin fruta que con tanto amor te han preparado. Te llevarán cómodamente en el auto hasta la puerta del colegio mientras escuchas durante todo el trayecto la música que sale de los audífonos y choca contra tus oídos.  Te darán las clases más aburridas toda la mañana hasta el mediodía, cuando, al fin, podrás seguir platicando con tus amigas de esos temas que sólo les interesan a las chicas del mañana. Quedarás en verlas después de la merienda en el centro comercial; allí caminarán a lo largo de todas las tiendas departamentales –deteniéndose en cada mostrador para escrutar cuál es la tendencia en la ropa de la estación en turno; también sopesarás la cantidad de maquillaje que usan tus amigas y la compararás con la que tú usas, pues se te hará extraño que algunas chicas como tú –de edad incalculable– puedan usar más plastas de colores, así que les pedirás que te den su consejo para maquillarse bien y, posteriormente, para vestirse bien. Nunca regresarás a casa porque la vida es mejor en el centro comercial y porque allí seguirá el juego hasta el fin de los tiempos, o hasta que tu padre o madre te pida, por favor, que dejes de jugar y te prepares para bañarte, cenar y dormir, ya que al día siguiente tendrás que ir a la escuela.
(No, no puedes ser el hijo porque no hay muñecos para que las niñas jueguen a ser el hijo; eso concierne a los niños: ellos juegan con figuras de acción, no con muñecos dentro de una casa de plástico rosa).
Pero también puedes jugar a ser la policía; no te gustará serlo porque tendrás que perseguir al ladrón sin fundamentos; correrás y correrás tras él durante mucho tiempo y pocas veces lograrás alcanzarlo. Cuando lo logres, podrás convertirte en el ladrón: huirás de la policía porque así lo dicta el juego, porque un ladrón siempre huye, siempre se escabulle, se escapa.  Correrás y te cansarás de hacerlo, pero seguirás andando porque el ladrón, el maleante, en el juego, nunca va a encontrar justo que, después de ser el perseguido, se convierta en el perseguidor como castigo, porque así –dialécticamente– funciona la Ley en el juego, porque si no persigues, eres perseguido, porque si no oprimes, eres oprimido, y así hasta el infinito.
            Dejarás de jugar cuando lo creas conveniente, cuando todos los juegos infantiles dejen de ser un simulacro de la realidad y tropiecen con ésta, pues, efectivamente, los juegos que juegas ya no te prepararán para la vida adulta –en el peor de los casos, te predispondrán para que tu vida no sea un juego; y tú, cuando seas grande, intentarás jugar a  la realidad como cuando fuiste niño alguna vez.  

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