Música

domingo, 10 de junio de 2012

LA MANDARINA ES ANARANJADA


Carmen prepara el desayuno: huevo con jamón; calienta leche y agua para café; pone la mesa para ella y su hijo. Santiago, baja a desayunar, grita Carmen mientras parte un poco de fruta que toma de la canasta ubicada cerca de la estufa, donde  hierve el agua para su café. Santiago tarda en bajar y lo hace con desgarbo; deja cuidadosamente su mochila en la puerta de la cocina sin que se note una cartulina doblada por la mitad. Carmen se molesta por la actitud de su hijo.
            Ya no eres un niño, Santiago, apúrate a desayunar porque te va a dejar el camión. Él se sienta y responde lacónico: Ya voy, mamá; estaba guardando mis cosas. Carmen se sienta frente a él y observa cómo toma mal el cubierto; lo regaña. Toma bien ese tenedor, así no se hace. Santiago recompone su manera y permanece en silencio. Silencio. Silencio que rompe nuevamente Carmen diciendo: Eso te pasa por no guardar tus cosas ayer; en lugar de salir con esa niña… – ¿cómo se llama? ¿María?–, debiste arreglar tu mochila; ya no te voy a dar permiso de salir entre semana, eh, apúrate. Se levanta, camina hacia la estufa para girar la perilla y apagar la lumbre; toma el cazo con un trapo húmedo porque está caliente; vierte el agua en una taza; busca el café soluble.
            Sólo hasta este momento, Santiago levanta la vista y ve cómo su madre prepara su café; él toma la leche que ya se enfrió. Mientras Carmen busca el café, Santiago trata de ayudarla a buscar escrutando con la mirada todo lo que hay sobre la barra de la cocina: el salero, los cascarones vacíos, el cuchillo con el que Carmen cortó en cuadritos el jamón, la azucarera, la fruta dentro de la canasta; pero no está el frasco del café soluble. Santiago vuelve a bajar la vista cuando su madre voltea y grita: Quién agarró el café, Santiago. No sé, mamá, contesta al tiempo que ingiere el último bocado del huevo con jamón que Carmen preparó; se levanta rápidamente y sale de la cocina hacia el baño para lavarse los dientes antes de partir a la escuela.
            Carmen permanece en la cocina y se recarga, exacerbada, cerca de donde están los trastes sucios; ni ella ni Santiago han lavado los trastes en dos días y el fregadero está vomitando. Todo esto la encoleriza aún más, pero se da cuenta de que hay algo extraño entre los platos y cubiertos sucios: un pincel de abanico con las cerdas teñidas de un color café imposible.  Toma el pincel, lo maldice y lo deja caer de nuevo en el fregadero; ve próximas a la puerta la mochila y la cartulina doblada; se dirige hacia allí; desdobla la cartulina y se encuentra con un cartel pintado todo de café, y en otro tono del mismo color, una frase: “Mariana, ¿quieres ser mi novia?”. Rápidamente dobla la cartulina y la vuelve a poner junto a la mochila. Se escuchan los pasos de Santiago bajando las escaleras.
            Ya me voy a la escuela, mamá, dice Santiago mirando al suelo; y añade: Puedo quedarme a jugar fútbol una hora más después de la escuela, te juro que regreso antes de la comida. Carmen sabe que Santiago está mintiendo, que no irá a jugar fútbol; pero no dice nada. Silencio. También sabe que mintió sobre el café soluble que nunca encontró. Silencio. Santiago no se atreve a mirar a los ojos a su madre porque él sabe que le está mintiendo; está nervioso y no sabe qué hacer. Espera a que su madre le dé una respuesta, mas no la hay. Es un momento incómodo; Santiago no quiere revelar su secreto, así que sigue esperando que Carmen diga algo, mientras ve, al fondo, en el frutero, una mandarina que es anaranjada como la inquietud por el frasco de café, como la respuesta de su madre y de Mariana, como la espera de Santiago. 

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