Música

domingo, 19 de mayo de 2013

MI SEGUNDA PRIMERA VEZ



Dos cuerpos en la oscuridad se reconocen. En silencio ya no pueden contenerse. Se aproximan, se rozan, se acarician. De las párvulas bocas se desprenden gimoteos y besos y lenguas licenciosas. Ojalá existieran más vocales abiertas que pudieran transcribir todos los ruidos. Los labios navegan por donde suele estar el otro rostro. Esos labios ya no besan otros labios; se amontonan en toda la epidermis. Besan cuello, espalda, brazos, muslos. Sobre todo muslos. Y después vienen dudosas las manos que buscan cálida humedad a borbollones. Los últimos perfumes de la inocencia alcanzan a impregnar de fruición los últimos minutos de la pueril lascivia.

Su tacto ahora es inquietante. Sube, sube hasta hundirse en lirios rosados. Y se precipitan hacia el origen de la vida. Se lubrican, se humedecen, se desbordan desde adentro. Adentro. Más adentro. ¿Adentro de qué?

Pero avanzan en el río de sus fluidos, reman y se alejan de la orilla. Los cuerpos se confunden, se funden y se hunden en el placer más jugoso. Ya no se reconocen. ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú?

Más rápido, más rápido.

¡Más rápido!

O más lento…

¿Cómo saber?

Navegar entre cuerpos y fluidos que no entregan sino espuma blanca en las orillas de sus ríos. Flotan, cuánto tiempo. Pero qué importa el tiempo cuando hay sabores líquidos, olores penetrantes, vaivenes del oleaje y arrecifes submarinos. Y un sinfín de néctar de caricias y otros evangelios.

Descansan ahora que no fluyen, que ya no escurren como el agua de los cielos. Descansan entre brazos y cabellos, mojados por el huracán que ellos crearon.

Solo un mar rojizo es lo que queda.



Y una duda: ¿qué somos?

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