Música

sábado, 6 de octubre de 2012

LA SOLEDAD


En el valle solitario y sombrío

con líquido sonido el ciervo asombra;
mientras posa su mirada en el río,
se divierte contemplando su sombra.

La ninfa Náyade abre el portal
de la fuente con brazos de plata;
proveniente de su casa de metal,
de noche se escucha una serenata. 

Tristes ninfas que escapar desean
lejos del sátiro y sus muchas trampas
ya buscan, por más arcanos que sean,
bosque y sombra para eludir las trampas. 

Antaño, al pie del inmenso roble
–anciano como el astro colorado–,
Baco, el Amor y Orfeo noble
quisieron ver a Sileno enterrado. 

A la sombra de los olmos düerme 
la quietud fría y tenebrosa;
entonces las ramas el viento inerme
ya golpea con violencia amorosa. 

Discreto espíritu se entregaría
al deleite de la dulce jornada
do renueva Filomena, de día
y de noche, piadosa lengua hablada. 

Allá, el águila y el búho descansan;
allí, los trasgos y los duendes viven;
jamás la iracunda justicia alcanza
criminales que aquí sobreviven. 

Aquí hace Amor sus alquimias,
y Venus vestida de altares tales
no inquieta más soledades nimias,
ni aun las visitas de los mortales. 

En aqueste bosque, el más sagrado,
ocurrió, no sin cólera liviana,
que Amor volvió adonde había ocultado
el mayoral que aleccionaba Diana. 

Amor podía por inocencïa,
como un bisoño, sus trampas tender;
Diana, como reina de la aquiescencia,
tenía permiso de enfurecer. 

Despejando de este valle la noche,
Cupido, con una dulzura ardiente,
colocó ante Apolo sin reproche
el garzón que siempre tenía presente. 

Parece que Jacinto se retiró
a la sombra de este bosque sombrío;
y desde ese mismo instante el Sol juró
que él sería el enemigo del frío. 

Y, presa de un amoroso tormento,
el celoso Bóreas, con suma presteza,
dio al joven amante muerte aviesa
–caro a él hasta el último momento. 

Santísima arboleda, confidente, 
yo prometo por el Dios sempiterno
que no tendré amor tan evidente
porque tu amor jamás me será eterno. 

Se irá mi Ángel en sombras y de hinojos;
el Sol, observándolo ya venir,
el sentimiento volverá a sufrir
del recuerdo primero del enojo. 

Corina, acércate, te lo pido;
reposemos sobre este tapiz verde;
y para mejor estar guarecidos,
entremos donde el sonido se pierde. 

Que abras tus ojos mi alma suplica;
mil anhelos habitan tu mirada,
y con lascivo aspecto radica
tu pupila que está de ellos colmada. 

Amor por tu mirada ya suspira,
y muy pronto tu esclavo viene a ser:
prisionero de sí mismo admira
cómo de su imperio perdió el poder. 

Oh, belleza sin duda inmortal
do los dioses encuentran la verdad;
por sus divinos ojos juro tal:
nunca haber visto similar beldad. 

Quien quisiera hacer una pintura
que logre sus rasgos representar,
tendrá mucho mejor en inventar
todo lo que jamás hará Natura. 

El destino por más de cïen años
ha trabajado imitando sus ojos;
y yo creo que, para evitar abrojos,
el tiempo prefirió borrar sus años. 

Ese bel rostro tiene la mirada
de una vanidosa fascinación
que dispara sus saetas abrasadas
que los dioses ya miran con pasión. 

¡Que tu tez contiene mucho encanto;
que es muy blanca y goza de rubor!
¡Es más inmaculada que un santo,
y mucho más sólida que el amor! 

Dios mío, sus cabellos me embelesan,
ellos se divierten sobre su frente;
y, viéndolos bellos eternamente,
me enfurezco cuando su boca besan. 

Bella boca de ámbar y de rosa,
el encuentro contigo es disgustante
si tú no me besas a cada instante
y me dices que amar es cosa hermosa. 

Observo cómo mi alma airosa sigue
con un soplo de amores inflamada;
junto con bosques y ríos persigue
a tu dulce palabra almidonada. 

Si sumerges tus dedos de marfil
en el cristal de aquesta ribera,
el Dios que habita este bosque sutil
ya beberá hasta la gota postrera. 

Muestra ante él tu rostro descubierto;
tus ojos reirán junto con el río,
y en ese espejo escribirán con brío
que Venus aquí vino y que fue cierto. 

Si bien allí Venus será detallada,
los Faunos por ella se crisparán;
y en tus ojos ellos no encontrarán 
seña de que puedas ser increpada. 

Escucha a este Dios que te reclama
para que a su lado pases a sentarte;
escucha cuán bellamente te aclama
porque su libertad quiere entregarte. 

Inquieta y perturba su fantasía, 
apártate rápido de ese espejo;
así todos mis celos andarán lejos,
y abatido perderá lo que Él ansía. 

¡Observa bien este tronco y esta piedra!
Parece que cual guardias nos vigilan,
y mi amor ya de celos se perfila,
incluso contra este mirto y esta hiedra. 

¡Yo recojo tus besos, Corina mía!
Sábelo bien, por la noche y por el día; 
mira cómo para dejarnos sentar
el mirto decidió sus hojas donar. 

Mira sobre las ramas del rosal;
óyelos bien, el pinzón y el zorzal
sus nimias gargantas hacen vibrar,
con suma belleza se oyen cantar. 

¡Acércate y escucha, mi Dríada!
Aquí murmurarán las aguas quietas 
y todas las aves de amor repletas 
cantarán una hermosa tonada. 

Préstame tu seno para beber de él
dulce perfume que asemeja a la mïel;
así, mis sentidos se ahogarán en mil
de los lagos de tus brazos de marfil. 

Yo bañaré mis juguetonas manos
en las ondas de tus rubios cabellos;
y tu belleza abogará por ellos
ante mis furtivos vistazos vanos. 

No temas nada, nos guarda Cupido.
Mi buen ángel, sé que no te he perdido;
Ah, ya veo que tú me amas demasiado
y te sonrojas si vas a mi lado. 

¡Dios, cómo adoro tanto tu timidez;
provoca en mi espíritu gran embriaguez!
Ni Rinaldo encontró mayor provecho
con Armida, como yo con tu pecho. 

¡Mi Corina, yo quiero a ti abrazarte!
Aquí nadie nos mira más que Amor;
ve que ni si quiera pueden mirarte
los ojos de los días sin rubor. 

Los vientos que no pueden callarse,
tampoco pueden oír el salterio;
y todo lo que aquí ha de consumarse
será para ellos extraño misterio. 


La Solitude, Théophile de Viau
(Traducción: David Pérez y Alfonso Domínguez)

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