Música

martes, 11 de diciembre de 2012

EL EROTISMO



Todo comienza con la vida. Y qué es la vida sino una peregrinación hasta la muerte. Sin embargo, este largo peregrinaje en ocasiones puede convertirse en fiesta: un carnaval de la angustia a la usanza barroca. Así, la celebración de la vida es también la de la muerte: el deseo de vivir es semejante al de morir. 

El hombre a través de los siglos ha explorado diversos caminos para llegar a su último destino: la muerte. Entre esos caminos ha encontrado, por ejemplo, el camino más anodino, el de la beatitud, el del libertinaje. Y cada uno de estos trayectos necesita un motivo diferente para caminarlo. 

En esta ocasión abordaré uno de los caminos más arriesgados: el del erotismo, cuyo motivo principal es el impulso sexual. Cabe aclarar que este impulso sexual no es un motivo exclusivo del erotismo, ya que pueden identificarse al menos otros dos estadios donde este impulso es la piedra angular de aquellos. 

El primer estadio del impulso sexual es el fin reproductivo de las especies animales. Este tipo de reproducción atañe a todas las especies sexuadas; se trata de una primera estancia en donde la preservación de la especie, la continuidad del hombre es el objetivo primordial. Este principio biológico con fines reproductivos es el más obvio y por ende el más despreciado entre los estadios del impulso sexual humano, ya que únicamente otorga un sentido lineal a la sexualidad humana. 

El segundo estadio del impulso sexual es el erotismo y sólo es vigente para la especie humana. El erotismo es una desviación del impulso sexual debido a la intromisión de un proceso mental intrínseco al hombre: la imaginación. Ésta es capaz de llevar el impulso sexual hasta el paroxismo, olvidándose de su primer objetivo, concediendo una multiplicidad de sentidos que logra saciar la imaginación de los más desenfrenados. 

Si bien en el primer estadio la pareja sexual es elegida instintivamente debido a que se busca en ella las características fisiológicas propicias para la preservación de la especie, en el segundo estadio la elección de la pareja es semiconsciente y va de acuerdo con la necesidad imaginativa que requiere ser completada. Este proceso de elección se considera semiconsciente ya que la personalidad de la otra persona puede resultar repulsiva para uno, pero el cuerpo, el objeto es íntimamente deseado. 

Así pues, el erotismo está acompañado por el antojo ferviente de las formas, de las carnes, de los placeres siempre en plural; es la proyección de la imaginación en el objeto deseado. Incluso para algunos, el objeto de deseo puede perder su pasividad para convertirse en sujeto que también desea ser partícipe activo del placer, es decir, sentir y hacerse sentir. Ésta es otra de las características del erotismo; el impulso sexual puede ser saciado a través del objeto deseado que puede estar presente o ausente (en este último caso, la ausencia del objeto físico tiene poca importancia; pues con la sola imagen, representación mental de dicho objeto, es posible conocer el placer mediante la masturbación) y aun más todavía a través del sujeto que está en busca del deseo, de la vida y de la muerte, de una manera más que religiosa la mayoría de las veces. 

En el erotismo, el encuentro sexual adquiere las características de una ceremonia religiosa porque se reconoce, mediante el rito, la comunión del hombre con ese algo más puro y elevado, ya sea un dios o un orgasmo. De esta manera el erotismo se adivina como un modo de vida estético, donde la misma esteticidad es la encargada de dotar de belleza al camino, al caminero y a sus acompañantes –objetos y sujetos–, hasta la muerte. 

Asimismo el amor puede considerarse como un modo de vida ético y estético: es el tercer estadio del impulso sexual. En el amor, el impulso sexual deviene en una visión moralista de la realidad de la especie y que el erotismo adorna con sus formas. A diferencia del erotismo, la característica principal del amor es la exclusividad concedida a un solo cuerpo. Mientras el erotismo encumbra los placeres provenientes de la mayoría de cuerpos posibles, el amor procura el placer que puede proporcionar un único sujeto (ya no más objeto, porque para que exista el amor es necesaria la correspondencia del amado con el amante, de dos seres sensibles), lo busca con la misma vehemencia que el religioso busca la Iluminación divina. 

Acceder a este último estadio del impulso sexual es difícil, pues se trata de un nivel más elevado y, por ende, clasicista adonde pocos tienen capacidad de entrar. A partir del siglo XII en Occidente comenzó a concebirse el ideal amoroso donde la relación servicial entre el señor y su vasallo se transporta a la esfera amorosa que da a la mujer el papel de señora y al amante de su vasallo; solamente los amantes de una nobleza inferior con respecto a la dama, siempre casada, pueden conocer este tipo de sentimiento apasionado hasta la sumisión: el amor cortés. Pero con el tiempo, este amor cortés perdió precisamente su carácter noble y se vulgarizó esa idea hasta, llegar prostituida infinitamente, a empatar con la idea de amor concebida por el pueblo. 

Anteriormente ya he mencionado el proceso de elección del impulso sexual (la reproducción instintiva) y del erotismo (desviación del impulso para satisfacer la imaginación); ahora es el turno de develar el proceso de elección en el amor. La elección de la pareja amorosa o sentimental no implica solamente una decisión consciente de la persona que se quiere amar, sino que esta deliberación acepta la creencia en la predestinación con el fin de conferir un toque místico e inexplicable en la relación. Dicho de otra manera, es el destino quien se ha encargado de poner ante nosotros a la persona con las cualidades que nos satisfacen para ser amada y, sin embargo, radica en nosotros, seres pensantes, la deliberación de someternos finalmente a esa atracción pasional irracional para convertirla en una atracción racional. Y subrayo: este proceso es privativo, particular; en el caso del impulso sexual y del erotismo puede entenderse el deseo de la otredad como un deseo habitual e impersonal. Además, en el amor no sólo está el deseo de preservar la especie, ni el deseo de apropiación del cuerpo ajeno, de las formas; sino también se encuentra un afecto por el fondo, las reminiscencias platónicas de las ideas que están en la esfera más elevada del conocimiento. 

Finalmente haré una reflexión de la analogía entre el lenguaje y el impulso sexual. En una primera instancia, el lenguaje cumple una función comunicativa; existe concordancia entre el significante y el significado. De aquí que el fin reproductivo del impulso sexual sea equiparable, en este nivel, al lenguaje –cuya función primigenia es la de comunicar. Asimismo el lenguaje puede ser llevado a una segunda instancia que permite la multiplicidad de significantes para un solo significado; esto es lo que se denomina erotización del lenguaje, puesto que éste ya no cumple solamente con su función original, sino que permite que la imaginación dote de distintos significantes para un mismo significado, desviando o fracturando la primera función del lenguaje. 

Esta multiplicidad de sentidos (erotización) es la que asemeja al impulso sexual con el lenguaje en una instancia diferente a la inicial; y sobre lo cual ya se ha escrito bastante para concluir que, efectivamente, la desviación del impulso sexual deviene en erotismo, mientras que la desviación lingüística está mejor expresada a través de la poesía.

BIBLIOGRAFÍA 

BATAILLE, Georges. (1957) L’érotisme. France : Gallimard.
PAZ, Octavio. (1993) La llama doble. Amor y erotismo. México : Seix Barral.
ROUGEMONT, Denis de. (1979) El amor y Occidente. Barcelona : Kairós.  

domingo, 25 de noviembre de 2012

A CARLITOS LE ESTÁ SALIENDO UN DIENTE



A Carlitos le está saliendo un diente, el primero. Esta mañana mordió el pecho de su madre y ambos lloraron: él de dolor, ella de hambre. Sin embargo, ella se saciará cuando de noche su marido mordisquee sus pezones rosados y proceda a todo lo demás antes de que su pecho vuelva a su tamaño normal y ella se frustre por ello. Aunque él, Carlos, tal vez no piense lamerla esta noche porque está demasiado preocupado en resolver la deuda que contrajo al comprar la cuna para Carlitos, pues la crisis de este sexenio decuplicó el precio de los objetos; además, deberá de prepararse económicamente para comprar suficientes botes de leche en polvo y papillas de sobra para que su hijo no sufra de desnutrición, también para comprar los pañales de la nueva etapa y quizá, a reserva de lo que indique el médico, un chupón para que Carlitos se quite la comezón de las encías provocada por la erupción del calcio. Pero Carlitos seguirá llorando de dolor por culpa del pionero en la empresa de sonreír. Es cierto: la sonrisa duele. A Carlitos le dolerá dejar la teta que por meses lo alimentó para entonces dar paso a esa fotografía estéril que está al inicio en los álbumes familiares: la de la primera sonrisa, la sonrisa inmortal que pondrá como foto de perfil en las redes sociales cuando tenga edad suficiente para acceder a ellas. A Carlitos le dolerá morder su encía con su único diente cuando aprenda a abrir y cerrar su mandíbula sin chocar su diente de leche con el de carne para que su madre le dé de comer mientras los dos ven en la televisión que el número de muertos por la guerra contra el narco está a punto de llegar a cien mil: ella se preocupa por su hijo, él sonríe para su madre. A Carlitos también le dolerá saber que a los tres años tendrá veinte dientes para sonreír y toda una vida para llorar. 




25 noviembre 2012