Música

lunes, 21 de mayo de 2012

YO SOY EL FUEGO

Yo soy el fuego que enciende la marea
bajo tus párpados
y moja más allá de tu epidermis
arrastrando la espuma del placer hasta tus húmedas bahías.

Yo soy el fuego que lame tus miedos
con su lengua vítrea
para desgastarlos (erosionarlos)
y requebrarlos.

Yo soy el fuego que bebe el sudor
de tus penínsulas
                        como la intempestiva nube
absorbe las olas del mar
que después deposita
todas hechas brisa
en el estanque de la perdición.

Yo soy el fuego que humedece tus riberas
por donde se pasean (se sumergen) mis dedos
cuando muere la tarde
y el océano del cielo gotea.

Yo soy el fuego que tus muelles inunda
como si fuera un huracán inesperado
golpeando  lágrima a lágrima  tu cándida costa.

Yo soy el fuego en el que te bañas
todas las mañanas
el río que visita todo tu cuerpo
afluente del deseo más espumoso
tierno arroyo donde nadan los pececitos
rojos azules y dorados por tus pies.

Yo soy el fuego anegado que colma
tus montañas de fe
con estertores de esperanza.

Yo soy el fuego que derrama su lluvia
sobre los archipiélagos de tus mejillas
hasta que hierven los sentimientos líquidos
que no fluían nunca
a través de tus brazos.

Yo soy el fuego que inflama el reflejo
del dolor incrustado
en tu figura que se reproduce del otro lado
de la fuente.

Yo soy el fuego que apaga la noche
ferviente de gritos y ardores
en medio de una glacial espera
que sólo empieza
cuando termina.
21 mayo 2012

viernes, 11 de mayo de 2012

A UNA DESCONOCIDA


En la Facultad de Ciencias

Pasaste con aire de fruición impertinente
frente a mí
cuando el mundo era radicalmente monótono;
no veía más que un cielo gris (nublado)
y un suelo (de cemento) gris
y luego apareciste tú
                               desaliñada y ligera
como no te había visto nunca (literalmente)
coloreando el horizonte
                               de derecha a izquierda:
tus pies pisoteaban de verde el pasto
que antes de ti era imperceptible
porque su textura asfaltosa se confundía con el pavimento;
tus cabellos, de pronto, con suma violencia inaudita
encendieron el sol hasta dorarlo
y dejarlo de una pieza
                               como apóstrofe áureo
pendido en medio de mi grisáceo mirar
que apenas comenzaba a imantarse
del color azulejo
que magnéticamente tu blusa esparcía
como vapor de agua
(de allí las ingrávidas nubes);
además, tu cintura transparente
teñía del color de tu carne
mi deseo de poseerte
por el simple hecho de pasar frente a mí;
tu delicado pecho saturaba de suavidad
ese paisaje que ya no era más agreste,
pero agradable y pintado de pasión
se extendía afuera de mis párpados;
y tus nalgas,
tus nalgas fueron el último matiz (sinuoso)
que se alojó en mi memoria
                               como un huésped
en un hotel cinco estrellas,
                               como un piojo
en una cabellera descuidada,
                               como un clavo
clavado en la frente;
cuando finalmente desapareciste
y te llevaste toda tu estela de colores
y dejaste una monotonía
incolora, insalubre, insípida, inodora,
inocua, anodina, incipiente, consuetudinaria;
triste ternura de tu memorable aparición
(tierna tristura de tu memorable desaparición)
después de que pasaste
frente a mí.

        11 mayo 2012