No hay lugar más fecundo
en esta tierra, que el vacío
que se amontona entre tus pétalos
y que se repliega entre tus piernas.
I
En los confines de un jardín salvaje
asómase álgida y tierna flor
cuyo tallo y pétalos son reales
–más reales que el denso ramaje
que recubre su cándido fulgor–.
Se erige húmeda entre los rosales;
perlados de rubor sus genitales
esconde; nunca osa mostrar su sexo,
pero despide sus perfumes plácidos
hacia los hombres y provoca males.
Do empieza el húmedo abismo –convexo–,
los dulces perfumes se vuelven ácidos.
II
Y sus pétalos rojos, frescos, se abren,
se abren como botones areolares
se abren como botones areolares
a la hora en que fallece el ocaso
sobre la tierra; para que no labren
otras manos sus tierras, y sus mares
perfumados no cedan ante el trazo
seductor del bigote de Picasso,
el jardinero corta el tallo verde,
y con él, la cohorte de deleites
ya malditos por el labial abrazo
de pétalos carnales; así pierde
el jardinero, triste, rosa y aceites.
29 abril 2012
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